"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

miércoles, 26 de mayo de 2010

Entre tiempos


¡Cuántos instantes arrincona la melancolía!. Las palabras se silencian antes de pronunciarlas; mis ansias se herrumbran en el trastero sin permiso de salida; la pamela envejece en el armario esperando que otro sol desande estos amaneceres y sobre la mesa está aún mi última carta. Sin envío. Sin destinatario.
Es inacabable esta congoja que adormece los segundos del estío, insolidaria esta angustia que impide que mis pies desnudos calcen las sandalias rojas y salgan al encuentro de la vida antes que los desoriente la noche.
!Qué infinito y oscuro es el tiempo de abril a abril sin primaveras!.

jueves, 13 de mayo de 2010

EPÍLOGO

Foto: http://pacomerloansin.blogspot.com/

Tenía que suceder así, de repente, en un día imprevisto, en un día que no figuraba en nuestro calendario. Cogiste coraje y me leiste en negativo la frase que dormitaba desde siempre en el doblez de la servilleta. En la que tanto creíamos. Era dificil para ti reconocerlo, pero ya ves “los te quiero” y los “para siempre” acaban rebelándose contra la eternidad.
A regañadientes, porque sé que te costaba desprenderte de los momentos que habíamos vivido, me entregaste las fotos del último viaje y las del bar en el que brindábamos por lo que éramos; el libro que aún no habíamos leído; el albornoz blanco que envolvía nuestros cuerpos, aún con frescura tuyas y mías, y tú última caricia, ¡ pobre de ella!, resistiéndose a perderme.
Yo te dejé el segundo más largo detenido en mis labios; el olor de mi último desayuno; el poema que escribí mientras preparaba tu postre preferido; una lágrima desorientada que se quedó adherida en tu dedo índice y el pellejo de mi tristeza. Y en el espejo olvidé mi sombra en fuga y el temblor de mis manos maquillando la angustia.
El tibio aire de aquella mañana de otoño recogió el instante final, el ruido de tus pasos y los míos en giros divergentes. Opuestos.
Sólo el silencio sobrevivió al adiós, y me adueñé de él. Me quedé con ese silencio que siempre acompaña a pasear los recuerdos.
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viernes, 7 de mayo de 2010

LA TERNURA DE LA AUSENCIA

Me ví en la foto que colgaba en la pared del salón.
Estaba allí en esa vieja fotografía de mi infancia junto a otros rostros queridos. El de mi hermano Juan, el gordito de la familia; el de Ernesto, el dormilón, y el de la pequeña, dulce y soñadora, Alicia. También estaba, escondido entre las piernas de papá, mi perro Mouki mezquinando su cuerpo a la cámara. Parecìa no querer perpetuarse en un papel, pues recuerdo cómo se resistía a que lo retrataran.
Faltaba mamá.
Lo advertía ahora. Acaso por que en ese momento tenía asumido que ella no podía detenerse ni un minuto en sus quehaceres. Su ir y venir por la casa era algo que entraba en la normalidad. Podía estar recogiendo flores del jardín para que lucieran frescas en el jarrón que adornaba el centro de la mesa. O buscando en el armario la carpeta de punto de cruz que había bordado antes de casarse y con la que siempre cubría esa vieja mesa camilla. Almidonada, blanca, hermosa. ¡De hilo bueno!- decía ella.
En el fondo de la fotografía descubrí la biblioteca de roble que abuela mandaba barnizar cada año y en la que mis manos acariciaban las cubiertas de aquellos libros relucientes, imaginado sus historias. Era mamá la que en las tardes de mis vacaciones escolares, en el patio y bajo las enredaderas me transportaba con sus lecturas hacía mundos desconocidos. Allí empecé a descubrir que existían palabras cuyos significados en la vida distaban de los que figuraban en mis diccionarios.
El amor era mucho más que aquello que lo definía, no era sólo un hermoso y alegre sentimiento. También era llanto. La muerte no era el fin sino el anuncio de un viaje hacia lo desconocido. La soledad desamparaba, pero también acompañaba. Y los silencios... ¡Ah, los silencios! ¡Qué bien explicados! Mamá suspiraba para que yo los entendiera. Para ella el silencio era ese suspiro. Ese grito ahogado de la vida. La herida no sólo era una grieta en la piel, tambien era un pellizco en el corazón .
Todo sobresalía del marco, cobraba vida.
Las toscas manos de mi padre, apoyadas en su rodilla, con grietas de responsabilidades cumplidas. Manos que no acariciaban. Yo no las recuerdo. Si acaso eran sus ojos los que delataban su bondad, su amparo desmedido.
Pero mamá no estaba en la foto.
A un costado distinguí la chimenea encendida. Era la evidencia de su escondida presencia. Sólo ella conseguía encenderla. Sus soplidos eran casi mágicos y el fuego se tornaba de repente bravo, y poco a poco, se tranformaba en brasas rojas. No podía sustraerme de la imagen de esa transformación, el olor de la leña que se quemaba, el rojo intenso y tornasolado de las llamas elevándose y las cenizas que anunciaban el fin de las tertulias nocturnas. Ellas, tan grises, se opacaban anunciando el descanso.
Mamá no estaba.
Y sin embargo yo la imagino en la sala de plancha envuelta entre los vapores de nuestros húmedos y almidonados delantales; entre las camisas con cuellos impecablemente repasados por aquella plancha de carbón; preparando el caldo que calentaba nuestros cuerpos en los crudos días de invierno; remendando calcetines para que aguantaran hasta el próximo sueldo de papá; dejándonos las camas tan bien estiradas para que los pliegues de las sábanas no irritaran nuestra piel.
No, mamá no está en la foto.
Pero hoy en ese papel amarillento y envejecido que cuelga de la pared la he visto. Como la veía entonces. Aunque ya no esté.
Y me he fijado en mi perro Mouki, mezquinando su imagen a la cámara. Tal vez, por que él intuía que los sentimientos profundos sólo se rescatan desde el alma. Allí están guardados. Por siempre.
Imagen: Google

lunes, 3 de mayo de 2010

FUNCIÓN DE CIRCO

"La libertad de la fantasía no es ninguna huída a la irrealidad; es creación y osadía"
-Eugene Ionèsco-

Os invito a una funcion de circo. Especial. A un audaz desafío a la realidad.
Una invitación para que el alma se sumerja en una terapia contra el tedio en un pequeño mundo ambulante colmado de asombros.
Alguien vestido de rojo, de voluminosa figura con forma de trompo, con naríz prominente y sombrero de fieltro multicolor, nos espera a las puertas de los sueños posibles para deslumbrarnos con la fascinación. Para que nuestras mentes entren en el círculo mágico y lleguen a la epifanía de la creación
¡Atrevámonos a fugarnos por unos instantes de la asfixiante rutina; a cabalgar hacia el infinito en caballos de dorados corceles hasta sentirnos jinetes de otras galaxias; a deslumbrarnos con las titilantes estrellas que desde el cielo llegan y traspasan el vértice de esta carpa fugaz e itinerante; a viajar desde la ingravidez del trapecio a la consecusión de lo imposible!
Artífices de la emoción conseguirán aislarnos de la desazón. Funambulistas que acariciarán utopías en vuelo; magos sacando de sus chisteras palomas de la paz que reparten a destajo, sin destinatarios elegidos; payasos y arlequines de sonrisas blancas que pondrán murallas al hastío; enanos de abrazos largos y equilibristas de desafíos superados. Todos entregados a la tarea de crear ilusiones.
Y cuando la función haya terminado, cuando nuestra imaginación se arrope bajo ese manto oscuro que anuncia la llegada de la noche, el ensueño pleno se entregará al descanso.
Y como cuando eramos niños, acaso mañana despertemos convencidos de que lo mágico existe y que cuesta muy poco acudir con frecuencia a los recursos de la fantasía.
Mientras tanto alejémonos en la medida de lo posible, y si nos lo permiten, de ese otro circo que rodea nuestras vidas y nos devora la esperanza. Ese circo que nos hurta la sonrisa y en donde “fieras hambrientas” abren sus garras tratando de atraparnos ...de adueñarse hasta de nuestros pensamientos.