"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

domingo, 25 de mayo de 2008

Inmigrantes, ciudadanos de ida y vuelta

Nunca dejaré de ser un inmigrante, lo digo después de recapacitar acerca de las últimas decisiones de la Unión Europea al respecto.
Nací en Argentina, porque mi madre, hija de un español de Almería, y mi padre hijo de un alemán casado a su vez con una hija de padre francés, se enamoraron allá por el año 1943.Mis abuelos habían emigrado en su momento de una Europa en constantes conflictos tales como guerras mundiales, civiles, crisis económicas que generaron la desintegración de la sociedad y por ende muchos hubieron de buscar nuevas formas de vida en lugares desconocidos en los que poco a poco y con la solidaridad de un pueblo fueron construyendo su futuro.

Yo nací y crecí en el seno de esa familia y obviamente soy producto de esa maravillosa mezcla de cultura. Cuando pequeña, quiero decir hasta que fui consciente de las diferentes formas de lenguaje de mis abuelos, el argentino afrancesado de de mi bisabuela materna, las palabras sueltas en alemán que de tanto en tanto pronunciaba mi abuelo paterno o el ¡coño¡ y el ¡ hostias¡ de mi abuelo Andrés Moreno, el de Almería, sólo tenían para mí y para los que nos rodeaban, vecinos y amigos, la lógica curiosidad de descubrir gratamente otras formas de nombrar las cosas y reunirnos para saborear exquisitas paellas españolas ,o compartir una comida italiana desde donde todos fueron aprendiendo otras maneras de hacer la pasta. Y luego aquellas sobremesas en donde cada uno de ellos contaba sus recuerdos de sus respetivos países. Creo que fue en una de aquellas sobremesas, tendría yo alrededor de 6 o 7 años, cuando comencé a darme cuenta de lo que significaba para ellos el haber tenido que dejar sus tierra y su gente en contra de su voluntad.

Abuelo Andrés había enviudado en España. Una bomba durante la guerra mató a la que fue su mujer, y el quedó con sus cinco hijos sumido en el caos de la desesperante situación que por esos años sufría España. Con sus pocos ahorros embarcó con sus cinco pequeños, el mayor tenía 10 años, hacia otro destino en donde pudiera sacar adelante a su familia. Y así llegó a Argentina y conoció a una mujer con la que con el tiempo se casó y tuvo otros cinco hijos, esa mujer fue mi abuela y uno de esos cinco nuevos hijos es mi madre. Fue mi abuela María la que le ayudo a sacar adelante a toda la familia y se convirtió en la madre de aquellos niños a quienes el horror de una guerra había dejado huérfanos. Y allí crecieron con la ayuda de muchas familias que colaboraban para que pudiera sacar adelante ésa nueva vida. Le llamaban cariñosamente, el gallego Andrés y nunca hubo ninguna referencia a que esa forma de nombrarlo tuviera connotaciones despectiva.

Hacia 1950, yo comenzaba mi primer curso escolar, y a partir de ése momento comienza también a ampliarse mi conocimiento del medio. Mis compañeras tenían unos apellidos tan raros de pronunciar como el mío.. Tagliategne, Frattari, Fiore, Cazorla, Milrad , Fizzman, Monge, Pizzicari, etc.Mis vecinos del barrio tenían apellidos tales como Cassarini, Romanelli, Ferrero, Privalizky. En la calle adonde yo vivía había dos familias españolas , dos italianas y otra rusa.
Es decir, y para abreviar, crecí, viví, y me relacioné con gente del mundo aprendiendo de cada uno de ellos lo que me aportaban con sus costumbres, sin llegar a pensar de ninguna manera que eran personas diferentes. Todo se fue dando de una manera natural.

La vida transcurría. Estudié, me casé y siempre tuve alguien en quien apoyarme cuando surgía algún contratiempo y nunca pensé de que nacionalidad era aquel hombro en el que pude derramar alguna lágrima .Sólo tenía que creer en el ser humano no en su lugar de origen. Eso es lo que había aprendido de la sociedad en la que crecí.
Pero la vida me tenía preparada un tropezón, que me pondría en el año 1975, a mí a mi marido y a mis dos hijos, en una situación igual a la que habían sufrido mis abuelos.
Estudiaba por ése entonces una nueva carrera universitaria, mi marido trabajaba como periodista en la radio local, lo que compaginaba también con otros estudios, Mi país atravesaba una difícil situación política en la que el horror de una despiadada dictadura nos iba carcomiendo las posibilidades de desarrollarnos cómo ciudadanos a la vez que el miedo acechaba constantemente coartando las libertades de todos los que nos atrevíamos a pensar.

Una mañana de diciembre del 1975, una poderosa bomba estallaba en una plaza de mi ciudad, Yo me encontraba trabajando con mis alumnos y fue allí donde, no sé porqué tuve la sensación del horror cercano. Y lo que en ése momentos sólo eran presentimientos, se transformaron con el paso de las horas en una locura. La bomba había estallado en una plaza y en su lugar los grupos parapoliciales habían dejado una carta con diez nombres de personas relacionada con el mundo de la cultura y el arte, o sea gente que pensaba, a las que amenazaban de muerte dándoles diez días .para que abandonaran el país. Entre ellos estaba mi marido. No tuvimos opciones, y gracias a la ayuda de amnesty internacional abandonábamos nuestro país, nuestra casa, nuestra vida, nuestra familia y nuestros proyectos que como familia nos habíamos trazado y junto a mis dos hijos salíamos 8 días después del atentado rumbo a España

Y se repetía así la historia de mis antepasados. La huída en contra de nuestra voluntad, que ese es el elemento diferencial que hace que una persona pase de ser un turista a un inmigrante y que parece que hay estamentos que no lo tienen en cuenta. Tratar de integrarnos, desarrollarnos y crecer como personas en una cultura diferente, fue nuestra premisa, aprendiendo, siempre aprendiendo de aquellos que nos cobijaban. Al menos esa era nuestra filosofía, y desde un principio nos sentimos arropados por la gente de la calle, nuestros hijos lograron hacer amigos, comenzaron su vida escolar, y dentro de una economía precaria logramos con dignidad ir progresando lentamente en lo personal y en lo económico. Tuve años más tarde un hijo nacido en Cataluña, quizá fuera una necesidad de sentirme emocionalmente mas enraizada con ésta sociedad.

Pero es hoy ,cuando escucho en los medios de comunicación las nuevas disposiciones que se están planificando para organizar el fenómeno de la inmigración desde los despachos de aquellos que organizan nuestras vidas y las trazan a su antojo, cuando me he dado cuenta que nunca dejaré de ser una inmigrante, cosa que no les sucedió a mis abuelos, ni a mis amigos, ni a mis vecinos de la calle, con los que aprendí el verdadero sentido de palabras como solidaridad, acogimiento e integración .Los inmigrantes no somos culpables de ser inmigrantes. Demasiada carga emocional la que llevamos encima con la sensación, psicológicamente abrumadora, de tener que pensar que siempre tendremos que tener en nuestro bagaje un billete de ida y vuelta. Algún día quiero dejar de sentirme inmigrante. [Inmigrantes, Montoya]