"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

lunes, 28 de septiembre de 2009

EL FOTÓGRAFO



De repente una imagen.
Él la advierte.
Dos cuerpos, reposando...
Dos cuerpos en cualquier lugar, sin identidades .
Anatomías en opuestas direcciones que lo atraen y se dibujan en su retina. Un instante.
Están allí, dos cuerpos admirándose, reconociéndose. Identificando sus manos, sus miradas.
Cuerpos ajenos a él, alejados de lo circundante, indiferentes.
Él se asoma entonces, cauteloso, a ese instante de contactos.
Los atrapa, los acerca hacia su mirada.
Se adueña de esas esculturas, y en un clik las convierte en vidas sin nombre en su objetivo.
Descubre la belleza. Sus ojos captan, antes que el reloj, la verdad en una imagen, y su sensibilidad define las formas de aquello que él sólo ve. Sus ojos encuentran lo invisible. La profundidad. Seducen el alma.



P/D: Mi enhorabuena a Pablo Tello, (alguien muy especial para mí) autor de la imagen que ilustra el post y que me asombró desde sus primeros trabajos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

AQUELLO QUE LLAMÁBAMOS AMOR


Pasan los años. Imposible detenerlos, pausarlos. Cuando un día despide al que le sigue, cuando la noche canta la canción de cuna al que ya se aleja, las imágenes van envejeciendo, se adormecen con los compases del tiempo.
Pero hoy la noche no es absoluta, las estrellas hacen guiños de complicidad y la luna ha puesto luz de asombro para asomarse a mi nostalgia.
Y en esta luminosa oscuridad, entre las luces y las sombras del jardín, he recordado aquella primavera.
Tú y yo, nosotros solos, junto a la mesa cubierta con un mantel manchado por el vino de nuestro brindis. Tembloroso brindis de la primera cena.
Entonces sobre la mesa he colocado el jarrón con flores, ahora secas, que me evocan la timidez de tu cara, tus brazos escondidos detrás de la espalda y mi cara de sorpresa al recibirlas.
Tambíen está el pastel de fresas, como el que a tí te gustaba, con nata. Y en el medio, dibujado con letras de chocolate, tu nombre y el mío ...y un corazón.
Y mi cuerpo está adornado con aquel vestido rosa de amplia falda. El mismo que anunciaba vuelos de caricias entre sus pliegues, testigo de nuestros descubiertos placeres, de asombros satisfechos.
Hoy siento nostalgia de tí, de tus tímidas caricias, de nuestras palabras entrecortadas, de dos inocencias en la hierba, de tu risa y la mía, de nuestra manos descubriendo el olor de la piel, de nuestra piel.
¿Sabes? Me gustaria que esta noche volviésemos a brindar y que tu copa derramara, como entonces, el vino en el mantel. Y que sintiésemos, otra vez, el temblor de aquella adolescencia despertándose a la vida, asombrándonos de aquello que llamábamos amor.
En el jardín junto a la mesa he puesto dos sillas, por si acaso...
Antes que desaparezca la luz y la noche sea absoluta ….
Antes que este recuerdo se adormezca...
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P/D: Para ese lugar del mundo en donde la primavera hoy asoma y que también me pertenece.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

EL ÚLTIMO PAISAJE


Había llovido en el valle. Olía a tierra húmeda. Los pájaros comenzaban a asomarse entre las ramas vencidas por el peso de las hojas mojadas. El cielo se iba desdibujando de nubes negras y se pintaba con tonos rojizos anunciando que el sol, a hurtadillas, comenzaba a espiar al amanecer.
Esa mañana él se levantó muy temprano y emprendió el trayecto, como cada día, hacia un lugar en donde el tiempo le restaba segundos a la ilusión.
Caminaba hacia el pueblo y en el trayecto dejó que la flores, las hojas, las ramas y las hierbas lo untaran de fragancias y de rocío, recogió gotas de lluvia en el cuenco de sus manos y cerró sus puños. Estaba tan impregnado de vida aquel paisaje, tan lleno de imágenes, tan pleno de recuerdos. Aspiró profundamente, trató de que sus pulmones se llenararan de aire puro. Lo necesitaba. Una mariposa libaba el néctar de una flor. La cogió sigilosamente con sus dedos, y cuidando de no herirla, la introdujo en una cajetilla vacía de tabaco. Sólo quería una partícula de su néctar, luego respetaría la libertad de su vuelo. Una tenue niebla, que el vapor de la tierra caliente había formado, lo envolvió en su camino. Quitó entonces la tapa del botijo, en el que llevaba siempre agua fresca, e intentó recoger en él las partículas del vapor. Todo lo que era vida, todo lo que en ese valle le recordaba felices momentos, lo fue recogiendo.
Caminaba y a sus pasos sólo le acompañaban sus pensamientos y el canto de los pájaros que ya habían abandonado las húmedas ramas desplegando sus alas en busca de horizontes.
Caminaba y llevaba vida, gotas de lluvia en sus apretadas manos, niebla en el botijo, rocío impregnado en su cuerpo, llevaba fragancia de flores de después de la lluvia, el néctar libado de la mariposa y también su vuelo. Y aire, aire puro y fresco aspirado en sus pulmones.
Y quizás, o también, llevaba algo de esperanza.
Abrió la puerta de la blanca sala, despacio, muy despacio, sin hacer ruido. Un rayo de sol se filtraba a través de la cortina y le permitió ver su bellísimo y pálido rostro. Sintió frío.
Apoyó su cabeza en la almohada, a su lado, y la acarició. Mojó su cara con gotas de lluvia.
La besó intentando que el aire puro del valle se introdujera en sus débiles pulmones. Abrazó su pequeño cuerpo para que el rocío se adhiriera a su piel, y la perfumó con fragancia de las flores que había recogido.
Sintió su frío.
Abrió la cajetilla y la mariposa comenzó a revolotear entre las blancas paredes de la habitación iluminándola con sus colores. Hasta que sus alas cansadas se fueron cerrando y despacio, muy despacio, su vuelo se fue apagando dejándose caer exhausta sobre la almohada. Y allí, sobre el fresco hilo de la funda, dejó la huella de su néctar.
Ella tal vez la presintiera y sólo esbozó una débil sontrisa. Ya no había palabras. Éstas enmudecen antes que la vida se apague, como las mariposas pliegan sus alas antes de morir.
Y cuando sus ojos se fueron cerrando, él aún creyó escuchar su voz. En ese silencio volvió a escuchar sus palabras, las que antes habian tenido sonido ...“después de la lluvia tráeme el olor de nuestro valle, tráeme sus humedades ...no esperes a que otro sol vuelva a secarlas”
Salió de la sala, y por última vez cerró la puerta despacio, más despacio que nunca. El camino de regreso no lo hizo solo. La mariposa había reiniciado su vuelo, había desplegado nuevamente sus alas. Tenían el mismo trayecto. Hacia la vida.
El valle aún olía a lluvia.

jueves, 10 de septiembre de 2009

EL ADIÓS DE LAS LÍNEAS PARALELAS


Le veía en el andén de la estación. Esperando como ella, el tren, siempre un mismo tren. Pero distintos destinos. Coincidian. Tenían instantes compartidos. Horas que se acumulaban día tras día en un mismo trayecto. Y espacios diferentes. Sin adyacencias.
Hubo una mañana de piel sin roces. Sólo de espacios cercanos. El mismo asiento. Él a su lado. O ella al suyo. Tal vez buscaban un asiento vacío para decirse un ¡Hola!. Para espiarse, para acercar sus soledades.
Ella descubrió lo que el leía, quiso identificarse en alguna palabras no pronunciada.
Él se fijó en sus manos.Tal vez las presintió con necesidades anheladas.
No hablaron. Se observaron desde la timidez. No hubo preguntas. Temian descubrirse. Romper la magia de lo desconocido. Eran, sin querer ser. Innombrables.
Y cuando él descendió, cuando su destino llegó al final, sobre el asiento quedó su libro abierto en la última página. Ella alcanzó a leer la palabra FIN, pero ya era tarde. Él movía su mano desde el otro lado del cristal, desdibujado. En sus labios se fué diluyendo un adiós. Y ella oyó el sonido de cada una de aquellas cinco letras separándose de la palabra....A-D-I-Ó-S.
Oyó tambien los silencios, como en un pentagrama.
Silencios del último compás. De letras ahuecadas. Despojadas del nosotros. Del tú y yo. Grafía de líneas paralelas. Como las vías de aquel tren de cercanías que compartieron.

lunes, 7 de septiembre de 2009

MUTACIÓN


Alguna vez escuché decir, a los que entienden de estas cosas, que a las plantas no se las debe cambiar de lugar porque, según explican, son muy celosas de su habitat y con los cambios mueren. (¿de tristeza?)
También he observado que los animales se acomodan, acunan su cuerpo, en un espacio que hacen suyo y con el que se identifican. Recuerdo a mi perrita Sammy, por las noches, cuando ella percibía que el cansancio me vencía y que por ende se acercaba la hora de mi sueño (era la última en retirarse a descansar) que buscaba su paño de lana marrón, lo arrastraba con sus dientes hasta la puerta de mi habitación y allí se echaba. Era su lugar. Allí se sentía arropada, segura, cómoda. Su cuerpo amoldado, acostumbrado a aquel rincón, se relajaba.
Este verano, tal vez inconcientemente para evadirme de una realidad que se aproximaba, me entretuve en observar a los pájaros que revoloteaban entre los árboles. Al atardecer y cuando el cielo se pintaba de arreboles, ellos, elegían siempre las mismas ramas para descansar de sus vuelos diurnos. Alli se sentían protegidos, alli piaban los nuevos polluelos. Allí tenían su espacio. Anidaban.
Un gato, que paseaba por el monte desde que los rojizos rayos del sol anunciaban el amanecer, también se acomodaba, cuando se aproximaba el ocaso, a los pies trenzados de un viejo olivo para descansar. Había elegido el árbol que le brindaba protección. Y el árbol, quizás, se había acostumbrado al calor de su cuerpo. Al menos yo tenía esa sensación. De amalgamada necesidad, de habitarse.
Y así descubriendo el conductismo en la naturaleza se me fueron pasando los días intentando no pensar que a mi vida le aguardaba un cambio. Un cambio que podría hacer que mis raíces se resintieran
Ha llegado ese momento. Hoy soy yo quien tiene que dejar mi lugar. Un lugar que durante años me cobijó y en el que cada ladrillo guarda el pentimento de mis días.
Hoy más que nunca recuerdo que, al llegar a esta casa que ahora voy a abandonar, mis palabras hacían eco. Los sonidos, mis sonidos, impactaban en las paredes como queriendo devolvérmelos. No me reconocían, no le pertenecían.
Pero con el paso de los días esos sonidos fueron penetrando en cada tabique, en cada grano de cemento, impregnándose de mí, aceptándome. Entonces perdí la sensación del eco. La casa me había aceptado. Y comencé a sentir su protección. Ambas, mi casa y yo, nos necesitábamos. Ella con su respetuoso silencio arropándome en su estructura. Y yo adornándola, manteniéndola decorosa, alegrándola. Nos identificábamos, nos habitábamos. Como el árbol con el gato.
Hoy voy a mudarme, a mutarme, a abandonarla. Y al ir vaciando espacios siento que la desnudo de mí. Que nos vaciamos ambas.
Y sé que, como Sammy, tendré que buscar mi rincón y por un tiempo habré de sobrevivir a un estado de desorientación hasta que lo encuentre. O tal vez al llegar la noche intente, como los pájaros, hallar las mismas ramas para adormecerme y mis sueños tarden en llegar al no reconocerme en otras ramas. O recuerde al gato que ronroneaba a los pies del olivo cada noche, ubicado, abrazado por aquellos troncos.
Tal vez mi cuerpo experimente lo mismo que las plantas y se sequen mis días cuando mis raíces no recononozcan otro instante, otras baldosas con las que me identifique.
No obstante, intentaré confiar en que ese otro lugar que me espera será lo suficientemente acogedor como para reconocernos. Para habitarnos el uno en el otro. Para aprender a querernos.
Y encontrar un rincón que me acune.

martes, 1 de septiembre de 2009

UN CLOWN OCULTO EN MI ALMA



Recuerdo que, ya desde mi niñez, eran muchos los que se preocupaban por mi falta de sonrisas. Mamá solía decirme, creo sin mala intención pero que a mí se me antojaba con ironía , “la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa ?”. Las niñas de mi edad no compartían juegos conmigo. Yo no las divertía. Mis primeras relaciones amorosas fracasaban por mi escasez de alegría.
Intenté varias fórmulas sin resultado... una y otra vez. Pasaban los años y tenía la amargura dibujada en el rostro.
Una mañana al pasar por una tienda de disfraces, compré unas cuantas narices de payasos. Desde siempre me habían atraído. Mientras caminaba pensaba en el porqué de esa atracción. Nunca se me ocurrió consultárselo al psicólogo. ¡Bah... manías, puras manías!, me dije .
Al llegar a casa no hice lo que siempre acostumbraba, guardarlas en una caja de cartón en donde había otras que fui adquiriendo a lo largo de mi vida. Poco a poco las saqué de aquel encierro. Dejé que se desparramaran sobre mi cama. Y allí las observé durante un largo tiempo. Todas rojas, brillantes, de diferentes tamaños y texturas. Y sin apenas darme cuenta, se fueron dibujando imágenes que brotaban desde mi memoria. Y recordé una maravillosa tarde de circo y una figura... regordeta, de gestos torpes, vestida de sedas de distintos colores, de enormes zapatos, calcetines desaliñados de lunares, con un sombrero de arlequín inclinado sobre su cabeza, pómulos intensamente coloreados, sombras blancas alrededor de sus ojos y unos labios pintados de rojos que reían consantemente en carcajadas explosivas, contagiosas, delirantes. Y me ví, riendo. Me reía de sus torpezas, de su ingenuidad que se me antojaba cómplice con mi infancia. Ahora recuerdo cuánto me reí. Y abuela también lo hacía. Era ella quien quería verme sonreir. Ella quien buscaba, con desespero, algo que borrara la tristeza que siempre se dibujaba en mi rostro. Fui una niña triste, desconozco los motivos. Tal vez, ahora lo pienso, porque mi vida no le dio oportunidades al clown que estaba en mi interior para que me enseñara a ser feliz. Recuerdo aquel día de circo como el primero en el que mis mandíbulas se desencajaron y de mi boca abierta brotaban carcajadas, hasta entonces para mí, inconcebibles
Miré otra vez los pompones de colores que aún estaban allí, desparramados sobre mi cama. Cogí varios. Los mas brillantes, los que se parecían a la nariz de aquel payaso de mi infancia que hoy estaba recordando. Pinté mi cara tal como le había visto a él y adorné mi cuerpo con retales de colores. Transformé mi rubia y suelta melena en dos largas trenzas sujetas con lazos azules. Calcé unos viejos y destartalados zapatos de papá y unas medias de colorines que había tejido cuando abuela me enseñaba a hacer punto y salí a la calle con un pompón en mi respingado apéndice facial.
Busqué rostros de sonrisas congeladas, ojos tristes y les invité a colocarse aquel artilugio de color rojo en su nariz. Muchos aceptaban con agrado mi intención de unirse al improvisado “club de las sonrisas recuperadas”
Luego, nos mirábamos, unos a los otros, y sonreíamos. Fue tan simple que bastó con colocarnos un artilugio en la nariz. Aún guardo algunos en la caja de cartón por si acaso alguien necesita recuperar una sonrisa extraviada. No obstante, encontrarla fue para mí la voluntad de buscar estímulos que despertaran el clown que estaba oculto en mi alma.