"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

domingo, 28 de febrero de 2010

"...Y EL DOLOR DE YA NO SER..."



Aceptamos separarnos. Yo me sentía agotado de acompañarlas y ellas de sostenerme. Sería doloroso el desgarro. Lo sabíamos. Suspiré hondo para no quebrantarme y ellas se tensaron para no decaer.
Por pura nostalgia les pedí que se pusieran las medias de seda negra, caladas, las que ceñían mis muslos, las que los embellecían. Por que los muslos eran míos y tenían caricias grabadas de modulaciones nocturnas que me habían pertenecido. Insistí para convencerlas de que se calzaran, por última vez, los zapatos rojos de tacones de aguja, los más altos y de finas tiras que enlazaban los tobillos y realzaban su estrechez.
-¡Ésos, si ésos que están guardados desde hace años en el fondo del armario!-dije- Los de mi primer baile-.
Estirado en la chaise longue de terciopelo negro, despojado ya de ellas, yo las contemplaba.
Eran aún bellisimas, elegantes, seductoras, lo admitía melancólico.
En la vitrola sonó un tango “y una lágrima asomada yo no pude contener”.
Ellas lo reconocieron, lo habíamos compartido y en el suelo del salón las gambas, solas, sin necesitarme, dibujaron una caminata sincopada. Un giro simple. Y otro con barrida y boleo. Y después un gancho, con quebrada. Y una sentadita. Y el ocho adornado
Y yo cuerpo, “solitario y ya vencido” en desespero por intentarlo. En vano.
El tango había acabado. Ellas fueron quitándose los zapatos rojos y las medias negras caladas. Y descalzas, desnudas ya de mí, empezaron a alejarse. Lentamente.
Y sentí el desgarro, el del “ dolor de ya no ser” cuando el tiempo se mutila.
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miércoles, 24 de febrero de 2010

EL DIAGNÓSTICO



Sus pulsaciones se aceleraban tan pronto atravesaba la puerta. La palidez en su rostro reflejaba esa angustia que se apoderaba de él siempre que tenía que acudir a la cita.
-Siéntese usted, le decía comprensiva, la mujer que lo estaba esperando, al verlo llegar casi desfalleciente
Él era consciente de su estado, notaba el temblor en sus manos, el frío sudor en la frente. Cuando el rostro de ella se acercaba hasta su pecho oía sus latidos desmesurados. Eran incontrolables sus reacciones físicas.
-Habrá que mirar más a fondo este corazón – le dijo
Entonces él notó que su garganta se secaba y pidió un vaso de agua. Las palabras salían de su boca entrecortadas.
Tuvo miedo de formular la pregunta de rigor. En el silencio de aquella blanca sala se oyó su balbuceante.
-¿Es grave?-
-Puede que sea crónico - contestó ella con una sonrisa para aliviar la tensión, mientras su mano palpaba aún el torso desnudo.
Él sintió un pinchazo en lo más hondo de su pecho y, como le enseñaban en las clases de yoga, aspiró aire hasta que el diafragma aguantara para luego soltarlo lentamente. Alguien le había dicho que cuando el tiempo se reduce hay que aprender a administrarlo.
Salió de la sala. No quería mirar el sobre con el diagnóstico. No estaba preparado. Miró hacia el cielo como si lo fuese a ver por última vez.
Se sentó en un banco de un parque cercano. El día era hermoso. Los niños correteaban por los jardines, los más viejos leían relajados las noticias en algún periódico. Pero lo suyo no era noticia, Lo suyo estaba en el sobre que aún temía leer.
-Siempre quise llegar a viejo-pensó- y sentir la serenidad de seguir enamorado, ilusionado, vivir con esperanzas, pero ahora...
Con pasos lentos y con los ojos ávidos de imágenes fue acercándose a su casa..
Abrió la puerta despacio, ya no había prisas. Cumplió con el rito de besar en la frente a su mujer y arrojó el sobre en la mesa. Tampoco lo abrió.
El miedo a conocer la verdad se lo impedía. Siempre careció de atrevimientos.
Se sentó en el sillón a la orilla de la ventana desde donde lo asombraba el resurgir de la vida a cada instante. Colibríes libando en los rincones ocultos de los lirios, mariposas ensayando la multiplicación de sus alas, plumas que volaban en el aire, plumas de jilgueros revoltosos escondidos entre las ramas de los árboles. Cogió el libro que estaba leyendo e intentó concentrarse en la lectura. Era una simple novela de amor, de ese sentimiento que desconcierta con sus complejidades, y poco a poco se fue adormeciendo.
Cuando despertó, el sobre estaba sobre su mesa de lectura, abierto, junto al libro
Llamó a Ana, su mujer. Nadie le contestó. La casa había enmudecido. Como lo estaban sus días desde hacía mucho tiempo. Vacíos. Sin palabras. Sólo manifiestas inseguridades.
Un desconcertante estado de confusión le invadió al leer:
”... se observan latidos desorientados en un corazón que necesita desperezarse de soledades crónicas. Le sugiero que las visitas a mi consulta las haga con más frecuencias para acostumbrarnos, usted, a mis imprevisibles diagnósticos, y yo a sus palpitaciones”. La novela había llegado al final.
Abrió la ventana. Aspiró aire fresco, lo necesitaba. Afuera el colibrí seguía seducido por la flor
Cerró el libro y leyó finalmente la valoración de su malestar.
Tembloroso, aún, levantó el teléfono para solicitar una nueva consulta.

miércoles, 17 de febrero de 2010

DESESPERO


Ese día de espera y esperanzas adornaba la mesa de la sala con un mantel rojo y un jarrón de loza blanca, saltado en los bordes por los roces del tiempo, que llenaba con jazmines y ramas de helechos húmedos de rocíos. Cubría las ventanas de su habitación con cortinas de fina batista bordada, las perfumaba con lavandas frescas.
En el almacén del pueblo la esperaban temprano a sabiendas que ella llegaría con su canasta de mimbre para llenarla de frutos secos, de té con sabores distintos, de untosas mieles. En el almacén del pueblo rumoreaban sobre su espera.
La casa olía a tierra regada, a sábanas frescas, a piel descubierta. Una página en blanco sobre su escritorio y su inconcluso poema también esperaban. Esperaban la última frase, el último verso, el que surgiera después del encuentro. De cada espera saciada brotaba una palabra, de cada despedida nuevas metáforas. Pero las letras se negaron a enlazarse para definir ese velado desespero sobre su hoja en blanco y en su poema hubo siempre un verso inacabado...inconfesable.
Imagen: Google

jueves, 11 de febrero de 2010

LLUEVE

Foto: Paco Merlo Ansin
http://pacomerloansin.blogspot.com

Si las noches de lluvias son tan hermosas, ¿porqué hay historias de amor que terminan precisamente en una noche de lluvia?
Aún recuerdo sus palabras ...
Porque todo tiene un fin..., por que el dulce sabor de nuestros besos se ha vuelto agrio..., por que nuestros abrazos se van quedando manco de caricias..., porque en nuestro lecho las espaldas comienzan a enfrentarse, a tomar conciencia de que hace ya mucho tiempo que entre tu cuerpo y el mío quedan espacios, centímetros vacíos de placer...,”
Y yo, empapada con el agua que se filtraba a través de nuestro paraguas descosido, le escuchaba aterida mientras secaba una gota que mojaba mi mejilla.
Hoy también llueve y salgo a caminar.
Esta mañana de fina llovizna necesito comprar otro paraguas, porque aquél, el malherido, el que no impidió que se humedecieran mis ojos, lo extravié esa noche de imprevista tempestad cuando como un relámpago descubrí que también perdía la esperanza.
Los veo en el escaparate. Los hay de todos los colores, de diversas formas, grandes y pequeños, con dibujos y sin ellos.
Esta vez voy a comprar el que mejor me proteja de los fuertes chaparrones, de las implacables tormentas.
-Me gusta ése, el rojo, el más grande- le digo al vendedor.
Es hermoso!- me responde mientras nos descubrimos.
Me lo llevo! ¡ es tan, tan, grande que estoy convencida de que cabemos dos !

jueves, 4 de febrero de 2010

WANTED


...he pegado sobre mi pecho carteles con tu foto y la leyenda Wanted. Ofrezco mil flores de recompensa a quien me dé información sobre tu paradero. ¿Estás en casa? ¿De vacaciones? ¿En el trabajo? ¿Congelada? ¿Enamorada? ¿O simplemente perdida en los senderos del día?. Otra cosa: también, a quien me dé datos de ti, le daré el siguiente poema que compré en el mercadillo de los miércoles:

Agradezco al jaguar la naturaleza de sus pasos, porque de ella aprendí el modo de acariciarte.


Antonio Tello, “Wanted” en Cuaderno de notas de Manuel T.-


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El siguiente relato lo escribí después de leerlo a Antonio


EL NACIMIENTO DEL POETA


Se buscaban siempre entre los tenderetes del mercadillo del pueblo. Ristras de ajos colgando desde el cielo en el puesto de la gitanilla; frutos secos afrodisíacos, pájaros de mal agüero y velas de la suerte en el almacén del brujo; sedas y linos hilvanadas para enfundar cuerpos de bellas damas que desfilaban por la tienda de la niña del pueblo; antiguas lámparas maravillosas y mágicas; hermosos donceles de brillantes bronces que alumbraron oscuras noches de lunas durmientes y placeres satisfechos. Y pócimas milagrosas para amores imposibles, brebajes para el desamor.
Y ella entre los pasillos.
Ella que esperaba oculta entre el colorido y el bullicio de la feria.
Ella rezando ante su virgen para que las horas se encogieran como los algodones de la tienda del turco.
Ella ansiando que llegara el día señalado en el viejo calendario con torsos desnudos que cubría con pañuelos de gasa para no despertar suspicacias, para que su virgen no la castigara. Esperaba ardiente el día miércoles.
Adornaba su cuerpo con fina lencería de estampado felino, pintaba sus labios con tinta de rosas exprimidas, se perfumaba con la esencia que destilaban las ramas de azahares que también vendía la gitanilla. Sujetaba su melena con racimo de flores secas, y en los espejos desgastados de aquella chacarita se miraba. Estaba hermosa. Y él llegaba aquel día, caminaba entre las sombras de los pasillos de la feria. Llevaba sus bolsillos cargados de sílabas adormecidas, de verbos no conjugados, de pronombres detenidos en el tú y yo, de adjetivos desorientados ansiando el instante de encontrar aquel cuerpo y su nombre para acariciarlo con versos.
Nunca nadie supo de sus encuentros. Tampoco nadie sabe hoy del paradero de la niña. Cuenta la leyenda que en aquel mercadillo justo un día miércoles nació la poesía. También un poeta.

BEATRIZ-