"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

miércoles, 28 de septiembre de 2011

CALLE DE AGUA

A Rochitas, la calle prometida


Mi calle es un charco enorme, un destiempo de azules diferentes donde navegan a la deriva mis ayeres, mi bata de colegiala, mis pinceles, mi postre de membrillo y mi poema inacabado. Donde vas tú y mi renuncia de ti, la sombra de mi sombra y la luz que encandiló perfiles de mi tiempo. Y tus caricias, a las que mi piel no se desacostumbra.

Huele a distancia esta calle, a sal que herrumbra recuerdos, a adioses imprevistos, a estaciones invertidas, a besos interrumpidos, a vuelos de golondrinas, a asfixias de identidades, a desnudez de pasados. A exilio.
.
Y aún y siempre y una vez y otra y nunca demasiado, sueño que braceo en esa calle de agua, que atravieso su horizontalidad sin vela, sin timón, hacia el sur, hacia la otra orilla, que regreso a la otra calle, a aquella de la que me deshabitaron. Y que la veo y ella reconoce mis pasos en su viejo empedrado. Todavía.

Ilustración: Mabel Linzoain- Villa María - Córdoba

martes, 20 de septiembre de 2011

ANTEPRETÉRITO




Su sombra apareció por el pasillo. Creí verlo caminando por un túnel en el que el sonido de sus pasos, me parecía, iban en dirección contraria. Se alejaba. Miré el reloj que colgaba de la pared y tuve la sensación de que las agujas giraban al revés, desandaban el tiempo. Todo retrocedía. Y me vi, como en un espejo, siendo otra, siendo la que había sido. La que hubiera querido ser. Siempre. Él estaba allí, yo lo veía frente a mí. Pensaba...

[ si te hubieras dado cuenta de que había empezado a no extrañar el beso que me dabas cada mañana cuando me marchaba al trabajo ni echaba de menos tu cara asomada en la ventana presintiendo mi regreso que me iba olvidando de tu mano acomodándome el mechón de pelo que caía sobre mi frente que ya no me detenía en tus olores ay tus olores sabes me resulta increíble el que no recuerde la fragancia de tu perfume mira que me gustaba olerte no sé si aún lo usas pero yo ya no lo percibo si hasta se me fue borrando el color de tus ojos la manera en que me mirabas el tacto de tus dedos recorriendo todos y cada uno de los poros de mi piel no quiero que te sientas culpable sé que tú  no te dabas cuenta claro que no porque tus ojos se fueron programando para descubrir una mancha de grasa una cortina desplanchada el programa adecuado de la lavadora las arrugas de la sábana qué pena mira que me gustaba ver la cama deshecha y sentir el olor de una noche y el mantel con restos de miga con copas vacías con restos de nuestras cenas y tu ropa desparramada por el suelo y tu cuerpo relajado entregado y escucharte serena regalándonos tiempo pero no tú no te dabas cuenta y tu tiempo fue restando segundos a nuestras entregas a las caricias a los placeres a nuestro tiempo sí entiéndeme al que nos pertenecía porque nos lo habíamos prometido y tú lo fuiste convirtiendo en un reloj detenido en obligaciones y nos fuimos asfixiando en este destiempo de indiferencias de distancias sin embargo créeme por nuestros hijos te lo juro yo seguiré recordando toda mi vida a esa mujer a la que quise mucho a esa mujer que ya no reconozco y que ahora que la miro y y le confieso que por ella hoy no siento nada casi es un deber agradecérselo porque esta confesión que es dolorosa muy dolorosa me cuesta mucho menos decírselo a una mujer desconocida ]

... y  me miraba a los ojos. Con una serena manera de hipnotizar mi confusión. Quise huir, abandonar todo lo que pudiera asomarme a su imagen y a la mía juntos, huir del ahora, del mañana, huir de los días venideros, huir del resto de mi vida, pero esa mirada suya me había paralizado y allí en esa inmovilidad se fue silenciando aquel eco de una voz que traspasaba el túnel por donde yo lo vi caminar con los pasos invertidos.  En el espejo de la habitación se reflejaba el asombro en sus ojos y el antepréterito de un tiempo traspasando los cristales. También la imagen de la mujer que él quería.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

INCONMESURABLE BREVEDAD




Atardece. El cielo anuncia noche de luna llena y el flujo de la mar consigue que las olas lleguen hasta la arena con movimientos de minué, lentas, ceremoniosas. El viento mengua su fuerza. Lo siento, me acaricia. Las gaviotas relajan sus alas en vuelos descendentes; en la playa un perro deambula buscando las manos viajeras que a diario acariciaban su orfandad y un niño recoge los asombros que descienden por el hilo con el que remontó su cometa multicolor. En la distancia un velero se desdibuja. Sólo se advierte la verticalidad de los palos donde se repliegan las velas.
Se cierra una sombrilla. Él, torso desnudo y alma encogida, recoge su tenderete y envuelve la mercancía en una manta. La jornada acaba. Las carencias no. Ella ata sus rizos dorados con un pañuelo descolorido como sus rutinas. Muerde una manzana. Un gesto bíblico que la hace hermosa y distante. Se alejan como siempre, tomados de la mano. Empujando juntos el final de otro día. Sobre sus espaldas sombrilla y esperanza.
A lo lejos, imborrable, una línea infinita. Visible pero inalcanzable.  El sol se pierde en ese espacio desmesurado. Lo disfraza de rojos y amarillos desorientando a la oscuridad que inexorable se aproxima. El viento avanza, traspasa su horizontalidad y se funde en su misterio.
La marea acaricia mis pies descalzos. Distrae mi regreso. Todo tiende a desvanecerse. A eternizarse en la fugacidad.



                                         
                                                  Joan Manuel Serrat

jueves, 1 de septiembre de 2011

CONFESIONES DE MI MALETA

La maleta abierta sobre la cama anuncia el regreso. Poco afecta a ordenarla, voy intercalando mis pertenencias sin orden de preferencia. Todo lo que allí llevo tiene el mismo valor. Suelo desechar en cada viaje aquello que no me haya dejado ni un pellizco en mis entrañas, o lo que es lo mismo, pero más correcto, que no me haya hecho latir con más fuerza el corazón.
Adentro ya están las sandalias playeras con restos aún entre sus finas tiras de diminutos granos de arena de la playa en la que quedaron las huellas de mis paseos solitarios. Ellas se obstinan en retrasar el final; los coloridos pañuelos que cubrieron el frío de mi espalda  porque me faltaban sus abrazos; la falda blanca con la que solía vestirme de transparencias acaso para calmar la sed de mi piel; la pamela de rafia que solidaria protegía mi rostro de la bravura de un sol implacable y ocultó algunas lágrimas que, tímidamente, llegaron a deslizarse por mi mejilla. Por nada, o tal vez por un montón de cosas. O porque sí, porque necesitaba ese llanto.
Acomodo en un rincón los zapatos rojos de tacón. Los traje por si acaso, por si él llegaba y bailábamos el tango que otro verano hicimos nuestro. Julio Sosa y aquel “Qué falta que me hacés”. Pero mis pies no llegaron a calzarlos. Y yo, esperando, susurré   uno de sus versos “...si vieras que ternura que tengo para darte...”.
También llevo, a buen resguardo, aquello que tan sólo habitará para siempre en mi mundo interior, mis instantes. Con cautela pongo un rayo de luna llena que iluminó una noche de insomnio. Imaginando; una libélula que, herida, se posó en mi hombro y allí se quedó regalándome el silencio de sus alas y el despertar de una palabra que se negaba a nacer; el color de los amaneceres que atravesaba  la ventana y vestía  mi cuerpo de día y utopías; el sonido de la risa de unos niños que desandaba mi tiempo y me trasladaba hasta el placer de mi inocencia; el aroma de este presente que disfrutaré aún cuando todo llegue a convertirse en un recuerdo y el pétalo de una flor que guardé entre las hojas del libro que leía cuando me llegó tu mensaje, el que deshizo la esperanza de un reencuentro.
Afuera sopla una brisa apenas tibia. Cierro la maleta. Mi cuerpo regresa a su punto de partida. También mis esperanzas, mis sueños y mis proyectos. Aquí se queda lo irrecuperable. Lo que no pudo ser. Lo que nunca será.