"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

viernes, 30 de enero de 2009

COINCIDIMOS EN LOS GUSTOS, POETA



LA GENTE QUE ME GUSTA


Primero que todo
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.
Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como ésa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.

Mario Benedetti

lunes, 26 de enero de 2009

LO OCULTO



¿Puede dar placer aquello que se oculta?
Los amores innombrables, a los que no se les pone un nombre propio para hacerlos invisibles, pueden dar placer en las cercanía de un encuentro, pero la vida premia el valor de la transparencia, y aquello que no se nombra ni goza de la libertad de mostrarse, termina desapareciendo.
Los amantes ocultos, podrán tener el disfrute de lo prohibido, pero jamás la libertad de nombrarse. Y un te amo, oprimiendo el sustantivo propio, deja un triste sabor de censura en los protagonistas..
¿Puede el ladrón de una obra de arte, disfrutar de la belleza de sus imágenes?. Allí donde la escondiese, sólo le estará permitido admirarla en algún lugar ensombrecido. La dificultad por él mismo provocada, le impedirá disfrutar de lo esencial de aquella obra, la luz de la belleza. La creación, lleva implícita la transparencia. Los trazos que dibujó el creador están hechos con lineas, con colores, con texturas para expandirse por nuestros ojos. Para mostrarse. De no ser así, lo oculto pudriría esa magia creativa. ¿Acaso disfrutaríamos del cielo, de un amanecer, de las estrellas, si nuestra vista no las percibiera?. Sólo serían palabras.
Como lo es el amor que no puede nombrarse, una palabra, una maravillosa palabra, pero escondido, sin libertad, ahogado, dolido, resentido por su evidente negación a mostrarse.
¿Qué sería del arte sin nombres propios, sin imágenes, sin transparencia? . ¿Sobreviría ?.
¿Puede el poeta, serlo, si no conociésemos sus versos?. Sí, tal vez su condición de poeta es inherente a su camino por la vida. Pero es su obra, la que despliega en sus bellas palabras, la que nos muestra, la que remueve nuestros sentimiento, la que le confiere la distinción de serlo. Es la transmisión de su obra la que alimenta su creación.
¿Qué sería de la música si se anulara el sonido?. Incluso sus silencios son evidentes en las partituras, no están ocultos, sino que se muestran en el pentagrama. Es una nota más dentro de la melodía.
La belleza de un eclipse es efímera. Ni la luna ni el sol pueden ocultarse más allá de un corto tiempo. Si así fuera , se nos privaría del placer de albas y ocasos .
Las raíces, aunque nacen escondidas en la tierra y aferradas a ella, son sabedoras que deben luego mostrarnos el árbol. Ése es su fin, prolongarse, desarrollarse, ser evidentes, convertirse en vida. De lo contrario se precipitarían a la no existencia.
El amor, como la naturaleza y el arte, no persiste entre sombras, y aquellos que lo ocultan tienen otro nombre común y desagradable que los anula. Anónimos, necios, fantasmas. Sólo intrascendentes espectadores de la irrealidad.
Tal vez nuestra memoria pueda recordar una flor sin perfume. Pero nuestro olfato quedará vacío de su fragancia. La esencia si no es manifiesta, no queda grabada en nuestros sentidos.

martes, 20 de enero de 2009

UN LIBRO, UN COLOR Y EL DESTINO



Se conocieron en una fiesta. Su compañera de magisterio cumplía quince años. Ella permanecía en un rincón de aquel suntuoso salón con cortinas de terciopelo rojo recogidas a los costados con un gran lazo, enmarcando los encajes de uno velos blancos que cubrían los grandes ventanales. Los muebles olían a fina madera de caoba, y las lámparas de cristales enlazados con cadenas doradas parecían dibujar una escena de los cuentos que solía leer en los libros que cada semana recogía en la biblioteca de su escuela. Estaba como encajada en aquel rincón y recordó su cumpleaños .
No hubo fiesta, apenas una modesta reunión familiar. ¿Cómo hacerla? se preguntó. Su padre, un humilde carpintero y orgulloso ebanista, aunque nunca reconocido, trabajaba catorce horas diarias y apenas si alcanzaba a cubrir los gastos fijos que supone mantener a cinco hijos. Era la mayor y combinaba sus estudios con algún que otro trabajito de peluquería entre sus vecinas. El vestido que hoy estrenaba le costó horas de sueño. Por las noches después de cumplir con sus deberes escolares y reemplazando el tiempo que siempre dedicaba a la lectura cortó la pieza de raso verde que comprara su madre en un mercadillo. De su abuela aprendió a hilvanar, a hacer las pinzas para entallar, a encajar bien las mangas para no deslucir la prenda y de ella también heredó la vieja máquina de coser Singer. Sólo se animó a diseñarle un bonito escote a aquel sencillo vestido de raso verde. Aún hoy no sabe por qué. Tal vez porque la suya era todavía una adolescencia sin roces, pero ya necesitada de ellos. O quizás, como en los cuentos que leía, alguien se fijaría en sus tiernos e incipientes pechos. No era guapa, tampoco fea. No destacaba por su imagen.
Los zapatos que le había prestado su prima no eran de su número y aunque la plantilla ayudaba, no hacía milagros. Y evitando que alguien se diera cuenta que no podía pisar bien, caminó despacio hacia la espléndida biblioteca que lucía en sus estantes infinidades de libros. Estaban allí, a su alcance, perfectamente colocados y limpios, como si nunca nadie los hubiera sacado de ese lugar. Con la palma de su mano, temblorosa, acarició el contorno de uno de ellos y poniéndose casi de puntillas leyó su título "Don Quijote de la Mancha”. ¡Cuántas veces imaginó tenerlo entre sus manos !. Era una edición de lujo y no se animaba a sacarlo, sólo lo acariciaba. Sus tapas eran suaves y forradas en una fina tela de color verde. Las letras del título eran doradas, como impresas en oro. Tan ensimismada estaba en todos los detalles, que cuando vio un robusto brazo que se alzaba por encima de sus hombros intentado sacar aquél libro y rozando su piel, se estremeció. Sintió vergüenza. Tal vez pensaban que intentaba adueñarse del mismo.
Pero una voz, especial, le devolvió la serenidad “te gusta la lectura o a mí me lo parece”, pregunto él. Sintió que sus piernas se aflojaban. Era la primera vez que el sonido de una voz le hacia sentir mariposas en el estómago. La música de fondo ponía marco a aquel encuentro.
Creo que era un bolero”, recuerda ahora.
Y hablaron de Lorca, de Cortazar, de Cernuda... y se rozaron. Se rozaron aquella pieles sin adornos, sin vestidos de raso, y se abrió la vida para dos almas de un color especial. Ella tenía el color aceituna en su piel, y él el de la noche de lunas llenas.
Han pasado veinticinco años desde aquella fiesta. Él concluyó con éxito su carrera de ciencias políticas, ella sigue todavía dando clases en la escuela de un barrio marginal.
Hoy está vestida de terciopelo rojo, como aquellas cortinas que tanto la deslumbraron. Le acompañan sus dos hijas, también vestidas de rojo. ¿Casualidades, o un sutil y necesario intento de recordar aquel encuentro?. Lleva en sus manos un ramo de rosas...del mismo color.
Él, sobre el escenario, elegante y sobrio para la ceremonia que está a punto de comenzar .
Ahora es su mano la que tiembla con la hoja de su primer discurso. Ella sonríe y le aplaude.

lunes, 19 de enero de 2009

¡ GAZA !


Las verdaderas diferencias en el mundo hoy no son entre judios y árabes; protestantes y católicos; musulmanes, croatas y serbios. Las verdaderas diferencias se encuentran entre los que abrazan la paz y los que la quieren destrozar; entre los que miran hacia el futuro y los que se agarran al pasado, entre los que abren sus brazos y los que se empeñan en cerrar sus puños (Bill Clinton)

Realización:Beatriz

miércoles, 14 de enero de 2009

EL PACTO


Había viajado durante toda la noche desde su pueblo natal hasta el aeropuerto. El vuelo que Pietro esperaba tenía una considerable demora. Lo anunciaban por megafonía. Buscó entonces una cafetería, se sentó junto a la ventana desde donde se divisaban las pistas, y así, con la visión de los aterrizajes y despegues, su ansiedad disminuía. Abrió un bolso de color negro, desteñido y desgastado con el paso de los años y sacó un álbum de fotos. Todo lo tenía guardado desde aquella despedida hacía ya cuarenta años. Era en ese bolso donde él, con apenas doce años, llevaba las galletas de mantequilla que le preparaba su madre y que saboreaba con placer durante la hora del almuerzo en su primer trabajo, y creyó sentir aquel olor.
Apenas si ganaba lo suficiente para ayudar a su padre en los gastos que ocasionaban sus estudios. Muchas veces estuvo a punto de renunciar a esa humillación primera de la falta de reconocimiento económica por el trabajo que realizaba, pero la situación familiar no le permitía ningún tipo de reivindicaciones. Además, el ejemplo de su padre, hombre de madrugadas y manos curtidas, ennegrecida piel de carbón y sueños en vigilias desde las entrañas de la tierra, sin reproches a la vida, sabedor sólo de experiencias y responsabilidades pero agradecido y orgulloso de todo lo que el tiempo le iba regalando, había creado en él un espíritu de sacrificio por el objetivo que se trazara en la vida. "Nada se consigue sin esfuerzo" le decía. Esto fue casi un lema familiar. Pietro continuaba recordando mientras hojeaba el viejo álbum de fotos que había traído en el bolso. Instantes recogidos en papel que le devolvían todo un tiempo. Secó una lágrima perdida con el pañuelo color violeta que llevaba, con orgullo, en el bolsillo superior de la chaqueta.

El avión que traía a Francesco, desde el otro lado del Atlántico, tenía un vuelo de sobresaltos. Una fuerte tormenta y las inevitables turbulencias le impedían conciliar el sueño. Trató de leer un libro que llevaba guardado en su, también, viejo bolso negro. Allí estaba, entre sus hojas, una amarillenta hoja de cuaderno con un texto firmado por Pietro, aquel día del "Hasta siempre". Él había destacado por su excelente caligrafía y habilidad para escribir. Fue precisamente Pietro quien escribió la primera carta de amor que le entregara a su primera chica a la que conquistó por las hermosas palabras de su amigo, que no por sus encantos. Esto lo supo años después, cuando fue capaz de confesárselo a Sofía, con la que luego se casaría pese al disgusto de su madre, la modista del pueblo, que siempre quiso para él a aquella vecinita tímida del barrio que le ayudaba a zurcir las ropas viejas. "Ésa es una mujer de ciudad", le decía entre hilvanes y besos de desayunos, "y esta gente ya tiene la vida demasiado gastada ". Pese a ello Sofía fue su mujer durante diez años. Hasta que un día la vida le recordaría las palabras de su madre. Tenía sí, la vida demasiado gastada y se fue muy pronto. El vuelo se había tranquilizado y entre recuerdos fue quedándose dormido. El pañuelo que tenía en el bolsillo de su chaqueta guardó la húmeda constancia de la lágrima que trataba de ocultarse.

En el aeropuerto, Pietro casi adormecido por la espera y con el viejo álbum de fotos en sus manos, reaccionó cuando escuchó por megafonía que el vuelo 3542 de la compañía Alitalia acaba de aterrizar. Guardó el álbum en el bolso y antes de cerrarlo sacó un pequeñísimo frasco con perfume que llevaba allí tan sólo para volver a usarlo en este preciso momento. Lo olió, mojó sus dedos y los pasó por su cuello y por las solapas de su chaqueta.

El avión iba aproximándose al aeropuerto. Francesco respiró aliviado cuando escuchó la voz del comandante que decía "Señores pasajeros, hagan ustedes el favor de abrocharse el cinturón de seguridad que estamos preparándonos para iniciar el aterrizaje". Cerró el libro que había quedado abierto sobre sus rodillas, pero antes de guardarlo en el viejo bolso leyó la carta que Pietro le entregara el día de la despedida”...desde allí adonde estuviéramos, cuando hayan pasado cuarenta años y si la vida nos lo permite, nos volveremos a encontrar a las 6 de la tarde en el aeropuerto de ésta ciudad. Solo hará falta que llevemos con nosotros el bolso negro que compramos con nuestro primer sueldo en la carnicería del pueblo, un pañuelo violeta en el bolsillo de la chaqueta que recuerde nuestras charlas de verano en el patio de mi casa debajo de la enredadera de glicinias, y un pequeño frasco con el perfume que hemos compartido ( tantas veces) como anzuelo para lanzarnos al placer de alguna conquista. Serán estos restos de momentos vividos, sentimientos y olores de juventud guardados en nuestros bolsos, mudos testigos de nuestro reencuentro. Y así nos reconoceremos”, concluía con una distinguida firma y una fecha. Antes de recoger su abrigo del maletero, también él perfumó su chaqueta. Mientras bajaba las escalerillas del avión, apoyado en su elegante bastón y con la mirada extendida, buscando el presente de un viejo pacto se dijo "Ha sido un largo y agradable viaje al pasado pese a las turbulencias".

Pietro bebió el último trago de agua que quedaba en la botella para poder digerir su diaria ración de medicamento. Llamó desde su teléfono a María, su mujer, para tranquilizarla por la demora. Ya de pie y a través de los cristales sintió la proximidad de otro tiempo. Se estremeció.
La espera aunque incómoda, pensó, siempre nos deja instantes para recordar.
[Este relato tiene, como parte de un juego literario, otro final redactado por Jim]

lunes, 12 de enero de 2009

FRAGILIDAD


Poema: Beatriz

Bien haya quien inventó el sueño,
balanza y peso que iguala
al pastor con el rey,
al simple con el discreto.
(Miguel de Cervantes)

DE REBAJAS

INSPIRACIÓN: POR DEBAJO DEL 90%

martes, 6 de enero de 2009

INCÓMODO RECUERDO



Hoy me acuerdo de ti. Me había acostumbrado a tu diminuta figura. Pero tú te has alejados y, hoy, eres un recuerdo. Sólo un incómodo recuerdo. Pero entiendo que lo hayas hecho. Estábamos de vacaciones, días de intenso calor, de tactos y de piel desnuda. Si, mi piel desnuda que era tu placer. Por las noches mi sueño se entrecortaba al sentirte y por las mañanas, cuando el sol empezaba a reflejarse en mi ventana veía ya tu imagen, casi un espejismo, intentando rozarme. Y yo, que no por vergüenza, me envolvía con las sábanas. Y tú allí, acercándote. Sabía que te atraía el olor de mi piel. Tal vez por que la crema hidratante que me regalaba Carlos tenía un exquisito olor a melocotón y en realidad era eso lo que saciaba tu necesidad de mí. Pero tú no tenías la misma suavidad que él para acariciarme. No sólo tu presencia, sino también tu sombra me inquietaba. Muchas veces lograste ponerme agresiva. Tu empeño, tu obstinado empeño por conseguirme despertaba mis instintos más primarios. Claro que lo reconozco, sé que fui agresiva. Pero no tenía otra alternativa. Más de una vez intenté, en vano, hacerte daño arrojando contra ti el libro que leía este verano. Pero siempre te escabullías, para luego persistir en tu objetivo. Y hoy te recuerdo. Será por que hace mucho frío y estoy en la ventana mirando como nieva. Será por que estoy sola y Carlos ya no me acaricia. Y mi piel no está desnuda y tengo ganas de roces y veranos. Y porque tú formas parte de mis vacaciones. Y por que hoy estoy tan ausente de mi que para saber que existo, y aunque me desesperes, me vendría bien el pinchazo de tus aguijones.
Texto:Beatriz
Imagen:Google

LA LEY DEL TALÍON

Niños de Gaza pidiendo el fin de la guerra.


Para los que provocan todas las guerras
Para los que no pueden gritar por que tienen ahogados sus gritos con las armas
Para los niños que mueren sin tiempo para entender que hay una pirotecnia asesina
Para las madres que lloran la injusta muerte de sus seres queridos
Para todos los hombres de éste mundo a los que se les despoja del derecho de vivir en libertad y para todos aquellos que ¡ sí pueden tomar decisiones!
Por la paz.

He aquí un poema que, una navidad, un amigo nos envió en una tarjeta.
UNA VEZ MÁS

Cuanto muertos por bomba
cuantas balas por casa
cuanta espuma en las ingles
cuanta rabia en las ánimas.
Cuantos rehenes por cuchillo
cuantos civiles por batalla
como retumban cañones
de fósforo la guadaña
Cuantos paisajes perdidos
en el fondo de la desesperanza
cuantos manantiales antiguos
manan miedos en la garganta
Caravanas de acero maldita
voces y arenas humanas
galopan los cuatro jinetes
Éufrates de sangre sus aguas.

Ramón Serrano, madrugada del 8 de noviembre de 2004-
Horas antes de la batalla de Falluja.

jueves, 1 de enero de 2009

UNA ÚLTIMA DULZURA


Él intentaba ocultarlo. Pero siempre había alguna huella que lo delataba. Y yo temía el final.
-O renuncias a tu maldita...o me pierdes-le dije con gesto serio.
-Por favor, entiéndelo - me rogó, al ver que mi decisión era definitiva.
- Es algo superior a mi voluntad, dame tiempo, compréndelo, te aseguro que llegará el momento del nunca más. Y no te fallaré- agregó.
Pero yo había decidido que no se lo volvía a consentir. Tenía que demostrar firmeza para que la pesadilla por la que pasábamos fuera menos dolorosa.
Sólo le serví en la bandeja su taza de té, sin azúcar, junto a la servilleta bordada con mi nombre que a él tanto le gustaba y antes de salir le miré cómo esperando una última reflexión. Él había agachado la cabeza, cegado por su obstinación. No me miraba, tal vez por que en sus ojos la realidad era evidente.
Me abrigué. Aquella tarde era muy fría. Poco faltaba para Navidad. Caminaba encogida en mi desencanto pensando que hacía ya casi un año desde que él me lo había dicho, sin dramatizar pero con una ligera preocupación. En realidad desde ése mismo momento fui, y creía que el también, consciente que había que tomar decisiones por el bien de los dos. Le quería demasiado y confiaba, tonta de mí , a ciegas en su responsabilidad. Pero pasaba el tiempo y cualquier empeño en solucionar su / nuestro problema era imposible. De nada valían mis consejos, ni los de sus amigos que tanto le apreciaban y que, como yo, confiábamos en que él cedería en su empeño de destruirse y destruirme. Yo le cuidaba y hasta diría que, aunque con dolor, entendía su falta de voluntad para encontrar una solución. Pero me preocupaba nuestro futuro y el de nuestros dos hijos, que aún no eran capaces de comprender lo que estaba pasando. Mis pasos eran lentos, como queriendo detener mi decisión. Todo estaba impregnado del espíritu navideño y me detuve frente al escaparate en donde él me prometía siempre ”¡nunca más cariño! “.
Durante unos segundos dudé sobre lo que tenía que hacer. Le quería tanto y había tanta alegría por las calles que se me ocurrió como última alternativa, hacerle un regalo y volver. Quería demostrarle que aun quedaban posibilidades.
La dependienta desde dentro me saludaba, nos conocíamos desde hacía muchos años y sabía nuestro problema. Tienda de barrio, ya se sabe. Y entré. Había mucha gente tratando de buscar algo para hacer más dulces aquellos días tan especiales. Mientras esperaba recordé su sonrisa de picardía cuando me decía «Cariño, voy a “El pecado”», que es como se llamaba la tienda.
La voz de Julia, la dueña, preguntándome qué quería. me volvió a la realidad.
-Lo de siempre, pero sin azúcar.
Y mientras preparaba el pedido, preguntó:
-¿Cómo va lo vuestro?
-Bien
- dije, sabiendo que no era así.
No dije nada más. Sentí la necesidad de que no se prolongara el interrogatorio.
Salí con mi bolsa repleta de todos los chocolates que a él le gustaban con el convencimiento de que finalmente aceptaría que era imprescindible un cambio. Quería llegar rápido a casa y apuré mis pasos. Al llegar, le vi...pero él ya no podía verme, ni oírme, ni recibir mi regalo sin azúcar. Sobre la mesa, la servilleta aún tenía restos de su “pecado”. ¡Me había prometido tantas veces “nunca más!”, recordé mientras recogía el parte médico. “Coma diabético”, leí.