"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

viernes, 29 de mayo de 2009

INSPIRACIÓN


Necesito que me arranques de este silencio. Te necesito a tí.
Busco tu presencia .
Quiero escucharte. Que llegues como otras veces, casi en vuelos, sigilosa o repentina .
Y que me digas algo.
Algo que aún no me hayas dicho, sonidos nuevos.
Algo que nos conmueva, a tí y a mí. Que nos arrincone, que nos aisle en un tiempo inventado.
Necesito que rompamos realidades y perderme junto a tí en las antípodas.
Y crear. Imaginar.
Quiero encontrarte y que me susurres algo, algo que en el ayer se reconozca o que presienta el eco del futuro, que se conjugue en el pasado o que ponga adjetivos al presente.
Necesito que te aproximes. Que me sorprendas...que despiertes sensaciones adormecidas.
¡Te necesito, compréndeme!. No puedes dejarme vacía.
Quiero vibrar, estremecerme, emocionarme.
Envuélveme en tu magia, para sentir.
Necesito de tu germen para parir, para engendrar historias, versos nuevos. Y que nazcan palabra, y verbos y metáforas.
No tardes demasiado, mi hoja en blanco te está esperando .

Imagen: Google
.

domingo, 24 de mayo de 2009

UN CAMBIO...ACERCÁNDOSE


Ella era de costumbres fijas y movimientos repetitivos. Desde el momento en que se despertaba, cuando sus azules ojos veían la luz del día, empezaba la ceremonia de sus ritos. Tenía que bajar de la cama apoyándose siempre en el pie derecho para luego comenzar a calzarse el izquierdo. Le era imposible invertir sus movimientos. Desayunaba en el office. Nunca cambió de lugar, ni de silla. Buscaba exactamente el rincón al frente del espejo y allí se veía cada mañana. Ella dibujada, repetida, reconociéndose en el ayer. Ella y su rutina, ordenada, circular, sin transiciones. Bebía un té con leche, luego comía un kiwi. Igual cada día. Nunca cambió su manera de peinarse. Sus labios, maduros, siempre estaban pintados con el mismo rojo pasión, testimonio indeleble de sus noches de placer. Noches fieles, únicas, encarceladas en su memoria. Su perfume, sin embargo, olía a colonia infantil. Seguía usando la misma fragancia, con olor a mañanas frescas, que le ponía su madre cuando era niña. Y como en aquel tiempo, su cuerpo sólo se dejaba acariciar durante el baño por la irremplazable espuma de jabón de coco. Tenía que reconocerse en los aromas.
En el viejo sillón del salón se había grabado la forma de su cuerpo. Allí bajo la lámpara de pié se quedaba horas mirando por la ventana, haciéndo suyo el paisaje, obligándose a desconocer otro destinos. Acariciaba siempre el lomo del libro antes de leerlo. Lo identificaba. Su dedo índice recorría el texto acaso impidiendo que las frases, y las letras y los acentos y las comas y los puntos que hilvanaban aquella historia, se ahuyentaran. Era parca en palabras, las justas, para no cambiarlas por otras. Para no desgastarlas. Austera en ruidos, ningún sonido alteraba sus silencios. Caminaba muy lento, con suavidad, para no borrar sus pasos, para no perderlos. Su mano derecha rozaba cada día, antes de irse a dormir, mi mejilla izquierda. También, a mí, me había hecho intransferible. Luego tímidamente sonreía. El mismo rictus, no le conocí otro. Tal vez porque temía gastar sus gestos. Y cuando el atardecer daba la última bocanada, cuando aún el sol no se había cambiado por la luna, su frágil figura se perdía a lo largo del pasillo. Caminaba en línea recta, repetía baldosas. Y antes de cerrar los ojos, hasta que el sueño la venciera, su vista se elevaba hacia el techo... o hacia el cielo. Siempre igual, todo de la misma manera. Su tiempo tatuado en círculos concéntricos. Igual hasta que llegó, sigiloso y sin su consentimiento, un cambio. Otro trayecto. Definitivo. Irreversible.
(Para "Ella", refugiada en su monotonía, en días sin sobresaltos.)

Imagen : El sueño acercándose-Salvador Dalí

lunes, 18 de mayo de 2009

¡ CUÁNTAS COSAS NOS QUEDAN DE TÍ !


Testamento de miércoles (Mario Benedetti)

Aclaro que este no es un testamento/de esos que se usan como colofón de vida/es un testamento mucho más sencillo/tan sólo para el fin de la jornada/o sea que lego para mañana jueves/las preocupaciones que me legara el martes/levemente alteradas por dos digestiones/las usuales noticias del cono sur/y una nube de mosquitos casi vampiros.

Lego mis catorce estornudos del mediodía/una carta a mi mujer en la que falta la posdata/el final de una novela que a duras penas leo/las siete sonrisas de cinco muchachas/ya que hubo una que me brindó tres/y el ceño fruncido de un señor/que no conozco ni aspiro a conocer.

Lego un colorido ajedrez moscovita/una computadora japonesa sin pilas/ la buena radio en que está sonando/el español grisáceo de la bibicía./ ¡Ah!, la Olivetti y el cepillo de dientes/no los lego por si acaso.

Lego tropos y metáforas de uso privado/que modestamente acuñé en la tarde/por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños/el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo/la cortina de lluvia que miro y no descorro.

Lego un remordimiento porque es aleccionante/y un poco de tristeza porque es inevitable/también mi soledad con la ilusión/de que el jueves resuelva no admitirla/y me sancione con presencias varias.

Lego los crujidos de mis viejas bisagras/también una tajada de mi sombra/no toda porque un hombre sin su sombra/no merece el respeto de la gente.

Lego el pescuezo recién lavado/como para un jueves de guillotina/una maceta con hierbabuena/y otra con un boniato que me hastía/ya que esta cargante convolvulácea/me está invadiendo el cuarto con sus hojas.

Lego los suburbios de una idea/un tríptico de espejos que me agrede/el mar allá al alcance de la mano/mis cóleras por orden alfabético/y un breve y curioso estado de ánimo/que todavía no sé si es inocencia/o estupidez malsana/o alegría.

Sólo ahora lo advierto/en paredes y anaqueles y venas/en glándulas y techos y optimismos/me quedan tantas cosas por legar/que mejor las incluyo/en otro testamento/digamos/el del viernes.



HOY TAMBIÉN NOS HA DEJADO ROTA LA ESQUINA DE UNA PRIMAVERA.


ADIOS SEÑOR POETA.

miércoles, 13 de mayo de 2009

LA LECCIÓN DE NICO

Julia habia sufrido tanto que, involuntariamente, fue cerrando páginas a los placeres. Su historia quedó vacía. Deambulaba. Creyó ver el final, alli adonde no caben ya los estímulos que envía la voluntad. Nada ni nadie ahuyentaba aquel autismo en el que estaba sumida. Ya no esperaba amaneceres. Había quedado inmune a las sensaciones. Desaparecieron de su vida los olores, los colores, los tactos, las imágenes.
Fue una mañana, en que tímidamente corrió el visillo que adornaba su ventana y miró su jardín sin flores, sin fragancias, ausente de manos que lo adornaran, cuando le vió. Allí estaba Nico. Silencioso. Solo. Él necesitando de ella, de sus caricias. Pero solo, sin pedir nada, respetándo sus ausencias como si presientiera que él no cabía en el pozo de esa angustia. Ella se quedó trás los cristales mirando su cara. La boca abierta y la transparencia de la gota que caía del grifo, descansando en su recorrido sobre aquella lengua sonrosada y sedienta, humedeciéndola. Una tímida gota calmaba su sed. Él, solamente, trataba de no dejar escapar ése placer.
Julia abrió entonces la ventana. Sintió de repente la necesidad de hacerlo y lo llamó como hacia tiempo que no lo hacía. Y agazapado, despacio, cauteloso, él se fue acercando. Sentía respeto por los silencios de su dueña. Lo acurrucó junto a su pecho y lo acarició. Sus ojos tenían un brillo especial, él no se había rendido, seguía disfrutando de una tímida gota que calmaba su sed, de una caricia, de un abrazo. Abrió entonces todo el ventanal, corrió los visillos, miró la mañana, puso algunas flores que aún se conservaban en una jarra con agua fresca y aspiró nuevamente el perfume de la vida. Nico, su gato la había despertado del letargo. Dieron un paseo por el jardín. La lección estaba aprendida.
Imagen:Google

sábado, 9 de mayo de 2009

ENCUENTRO


Se descubrieron en un cruce del destino
y se acariciaron.
Los párpados se entrecerraron... apenas
lo necesario para convencerse de que no era un sueño.
¡Fue tan simple reconocer que se necesitaban!
La ternura siempre busca apoyo en otra ternura.

Imagen:google

martes, 5 de mayo de 2009

COSIENDO HISTORIAS

Heredò una vieja máquina de coser con la que
intentó remendar su corazón desgarrado.

Dicen los que la conocieron que lo consiguió.

Luego colgó un cartel en su puerta:


SE HACEN ARREGLOS

Abuela Carmen me lo decía casi siempre, “Esto será lo único que tú heredarás de mí el día que..., agregando luego otras palabras que no me gustaba escuchar.
Ella era la modista del barrio. Debajo de aquella magnolia que perfumó días de mi infancia yo estudiaba cada uno de los mecánicos movimientos de aquella máquina. El “tric-trac-tric-trac” del pedaleo, los acompasados balanceos de los pies de abuela, el círculo de la negra polea encajada en aquella rueda que con sus giros permitía que el hilo fuera desenrollándose de su carretel y que la aguja subíera y bajara dando pequeños mordiscos al tejido.
A abuela le costaba enhebrar la aguja y todavía recuerdo el sonido de su voz cuando empezaba a quejarse de su decadencia, “¡Hay mis ojos que ya no ven cómo antes ¡” .
Esas palabras eran para mí la invitación a participar de la magia que ella y su máquina Singer creaban por las tardes, bajo la sombra de la magnolia. Era una agradable tarea, casi un desafiante juego, poder introducir el hilo en el diminuto ojo de la aguja. Y mientras ella cosía, yo abría el pequeño cajón de la derecha, y allí estaban colocados en riguroso orden los carreteles de hilos de una gama maravillosa de colores y las tijeras alineadas de mayor a menor y una cajita pequeña de cartón en donde guardaba las tizas planas y cuadradas de un suave tono gris. Con ellas dibujaba las pinzas que entallaban las prendas, el largo justo del dobladillo, la forma de las solapas, el ancho del canesú y las sisas que encajaban perfectamente luego con la manga. En otro cajón, debajo del primero, guardaba sus dedales y cintas métricas, amarillas y gastadas, con las que yo aprovechaba para medir los progresos de mi altura. Y trabillas, alfileres, almohadillas con agujas pinchadas en su barriga para no extraviarse y botones, infinidad de botones multicolores de distintos tamaños que me entretenía en ordenarlos.
¡Cuántas tardes de mi infancia estaban también encajadas entre los engranajes de aquella máquina! Mi curiosidad despertaba al asombro cuando veía como cada puntada se enlazaba con la que le precedia y esta a su vez se encadenaba con la siguiente y las diferentes piezas quedaban perfectamente unidas. Y al final veía la culminación de aquel trabajo, una primorosa creación hecha sólo con retales, con los mecanismos de su máquina y las hacendosas y curtidas manos de abuela. Luego aquella obra quedaba colgada en una percha, lista para el planchado. Entonces abuela cerraba su máquina, al final de la jornada. Recuerdo mi primer dizfraz de mariposa para la fiesta de la escuela, el vestido de mi comunión adornado de alforzas y puntillas, la blusa de plumettí con una transparencia que me hacía reticente a su uso por puros prejuicios de mostrar mis incipientes brotes femeninos.
Aquella curiosidad fue agregando nuevas palabras a mi vocabulario. En el diccionario que papá me había regalado para un cumpleaños buscaba sus definiciones. Y descubrí que esos vocablos, zurcir, sulfilar, hilvanar, remendar, remallar, tenían algo común en su significado, unir, corregir, arreglar...
¡Era ése su objetivo desde siempre, desde que la vida le puso la primera zancadilla y el dolor de una traición le dejó el corazón malherido ¡ Aún así, casi desde lo imposible fue dando puntadas, una tras otra, como su máquina, para encadenar un día con el siguiente en el esfuerzo por conseguir que su vida y la de aquellos que formaban su mundo jamás se deshilvanaran.
Ahora la dueña de la máquina ya se ha ido y con ella también un trozo de mi infancia cosido bajo la sombra de aquella magnolia. Pero me ha dejado para siempre su ternura entre los engranajes de su máquina de coser “Singer” y la aguja enhebrada para que ahora sea yo quien siga creando puntadas que encadenen ilusiones.
Si, yo he heredado su vieja máquina, tal como me lo había prometido. Lo primero que he intentado remendar ha sido un corazon desgarrado. Como lo hiciera abuela Carmen. Espero haber puesto un buen hilo para que la costura no vuelva a abrirse, ... luego pensaré si cuelgo también, al igual que ella, el cartel de “SE HACEN ARREGLOS” .

Imagen: Google