Sus zapatillas de duras punteras quedaron, una noche, en el atrezzo de una habitación con paredes de color cielo y una ventana abierta a la fantasía. Un cuerpo desafiante consiguió que su etérea figura dibujara una linea horizontal en ese escenario sin luces de bombillas. Sólo una luna curiosa dejó filtrar un rayo para iluminar su ópera prima. En el lago, cisnes ruborizados escondieron su rostro entre las plumas.
martes, 22 de diciembre de 2009
ÓPERA PRIMA
Sus zapatillas de duras punteras quedaron, una noche, en el atrezzo de una habitación con paredes de color cielo y una ventana abierta a la fantasía. Un cuerpo desafiante consiguió que su etérea figura dibujara una linea horizontal en ese escenario sin luces de bombillas. Sólo una luna curiosa dejó filtrar un rayo para iluminar su ópera prima. En el lago, cisnes ruborizados escondieron su rostro entre las plumas.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
HUELLAS
Un pájaro le envía un cómplice guiño de plumas que acarician la piel de su memoria.
El vuelo de un colibrí, inquieta alma de prisas perfumadas, la acompaña hasta su infancia. Allí ella se recuerda en el patio de su humilde casa. Patio de tierra con sombras de glicinias. Racimos violetas que dibujaban siluetas cuando el sol les hacía compañía.
Irrecuperables siluetas. Sombras esqueléticas. Fantasmas
Sólo la blanca magnolia ha detenido el tiempo en el frondoso árbol. El mismo olor, la misma albura adornan con su presencia la rama.
El colibrí se aleja, su veloz aleteo impide que la nostalgia deje huellas en su recorrido.
Una nube caprichosa cubre el espacio. Se oscurece el paisaje. Sus ojos se entrecierran esperando, aún, que susurros de un tiempo pasado lleguen antes del adios.
sábado, 5 de diciembre de 2009
¡Hasta la vuelta!
viernes, 27 de noviembre de 2009
CICATRICES
Jamás tuvo valor para pronunciar un ¿porqué?. Enmudecía por temor a la respuesta.
Pero allí, enmarcado su rostro en ese espejo, descubrió el horror.
Y pintó sus ojos con sombras que borrararon los restos de su tristeza. Enmarcó sus labios amoratados con un rojo pasión que asombró a a los semáforos. Su falda estrecha dibujó una silueta que envidiaron los pasos de cebra cuando sus pies, adornados con finos tacones, dieron pasos hacia la vida.
Esa mañana las flores que abrían sus pétalos a tempranas horas interrumpieron sus bostezos de colores para no eclipsar el camino a una esperanza.
Y ella con la cabeza bien alta, miraba hacia el cielo buscando una nube que cubriera para siempre su ayer, pedía a las golondrinas que anunciaran con prisa la primavera, al sol que quemara sus recuerdos. Caminaba. Miraba de frente. Descubía la vida. Empezaba a creer. Sentía. Pensaba. Se quería... al fin.
Una tímida y aún olvidada sonrisa, arrancada a las cicatrices del pasado, se fue dibujando en sus labios para enfrentarse a un “después ”. Había comenzado a creer que en algún recodo del camino, otro tiempo le esperaba.
Nota: el post de una despedida momentánea
viernes, 20 de noviembre de 2009
LA GATA DE MI AMIGA
Pero la gata de mi amiga esa mañana estaba rara, maullaba continuamente, estaba arisca a las caricias, y cuando la fotografié no puso su mejor cara. Creo que le molestó que retratara su mal humor. Durante el resto de la mañana permaneció encogida contra el marco de la puerta, atenta, vigilante, en una extraña actidud de defensa. Lo comentamos, pero no pasó de ser una pequeña anécdota más en una mañana de verano
Al atardecer mi amiga, la dueña de la gata, recibía el diagnóstico de una revisión que por rutina se había hecho hacía unos días. Una revisión de aquellas que todas las mujeres nos solemos hacer cada cierto tiempo. La gata la miraba, con una mirada especial, mientras ella abría aquel sobre. Con sus patas arañaba la madera del marco. Estaba desconocida.
Y en tan sólo unos segundos, los que ella tardó en abrir el sobre, en el rostro de mi amiga se desdibujaba la sonrisa. También la nuestra, las de quienes compartíamos con ella el inesperado anuncio.
Pero la gata de mi amiga, que es de quien les estaba hablando, como cualquier animal, no entiende de estas cosas. Fue sólo una casualidad lo que hizo que esa mañana no tuviera ganas de jugar, ni de saltar, ni siquiera de comer su diaria ración de alimento. ¿O tal vez no?
De cualquier manera, estoy segura que Gala, que así se llama la felina, pondrá su cara más alegre en la próxima foto. Y mi amiga volverá a sonreir, y nosotros con ella.
Cuando todo pase, que pasará, (estoy convencida de ello), volveré a fotografiar a Gala...y también a mi amiga. Felices otra vez.
domingo, 15 de noviembre de 2009
DESAMPARO
Un cuerpo cansado, deshabitado de afectos, vacío de voces que le devolvieran su identidad, se había acurrucado en la acera. Cuna de los sin nombre, de los sin nadie. De los sin nada.
lunes, 9 de noviembre de 2009
AMANTES
son hijas del tiempo.
Cartas de creencia, Octavio Paz
Hoy, después de muchos años, están otra vez frente a frente, mirándose, tímidamente atreviéndose. Esperando que sus manos retomen el vuelo que dibuja las formas de la carne. Que la noche infinita, desnuda de vergüenzas, penetre en la habitación de los espejos y el amanecer descubra sus cuerpos cubiertos sólo por las invisibles sábanas del placer. Ser como eran, innombrables, ocultos, desafiantes de la verdad. Viviendo solos el roce de sus pieles, sin palabras, sin murmullos que ahuyenten el goce. Volver a ser amantes, sin juicios, sin explicaciones, sin culpas. Allí están, como antes frente a frente, creyendo en la eternidad de lo temporal, queriendo convertir en infinito aquel "alguna vez”.
Pero es el tiempo, implacable juez, quien ahora les niega la magia del pasado y el silencio en el que se habían amado se ha fundido entre los sonidos del mundo ahogando aquel secreto. Las luces le dieron transparencia, y ellos se volvieron nombre y forma y voz.
Y el secreto de los amantes se grabó en los escaparates de la vida, se dibujó en las paredes, dejó huellas en los caminos, se mezcló entre el vuelo de los pájaros que se adueñaron de él para soltarlo en el aire. Lo innombrable se enfrentó con la realidad. Enmarcó de repente la geometría de sus cuerpos en el ahora. Se volvió imagen. Se hizo visible. Identificable. Entonces imposible .
Del pasado sólo recuperaron el recuerdo.
Sólo ellos... los recuerdos... pueden ser eternos. Lo oculto sólo trasciende en la memoria. Y alli permanece.
viernes, 23 de octubre de 2009
LA SOLEDAD DE UNA VOZ
Y esperaba.
Sólo la acompañaban las palabras que con el tiempo se habían acumulado en aquel espacio.
Buscó un rincón frente a la ventana desde la que durante tanto tiempo, al abrirla, acariciaba con adjetivos las flores que alli abrían sus pétalos cada estación. Esas palabras que habían ido llenando de sonidos los poros de las paredes. Ella y su mudez presente añoraban esos sonidos. La vacuidad la arropaba en su desaliento. La protegía en su desamparo. Mutando, de habitación en habitación, fue recordando susurros, palabras, frases, nombres, propios y comunes, y verbos…comer, salir, hablar, caminar, estudiar, soñar… Verbos que sembraron de vida esta casa hoy sin dueños.
Aspiró una burbuja de oxígeno para humedecer sus cuerdas vocales, para recuperar su tono y su timbre y siguió esperando.
Era consciente de que había llegado el momento en que otra la reemplazaría .
-Hola - dijo la voz - al presentirla. Te esperaba, sabía que vendrías a despedirme.
-Hola - contestó la recién llegada - También yo intuía que iba a encontrarte, agregó. Ambas sabemos que nuestro sonido no muere sólo se silencia, agregó sorbiendo también un poco de oxígeno que le ayudara a modular la emoción. Permanecemos aún despues de la ausencia, incluso después de la muerte, aunque callemos. ¿Quién acaso no recuerda la voz de su padre, del maestro gruñón, el balbuceo de un hijo, o la dulzura del tono de una madre?
Y la vieja voz que empezaba a guardar sus sonidos fue contándole sus recuerdos a la recién llegada, a la voz que venía ahora con nuevos nombres, nuevos adjetivos y verbos de otras vidas que poco a poco irían cubriendo el eco de la casa hoy vacía. Necesitaba evocarlos, tal vez, para finalmente fundirse con ellos.
Luego llegó el adiós. La despedida.
Ella, la vieja voz se fue silenciando, enmudeciendo. Ausentando. Llevaba consigo un equipaje cargado de palabras ya dichas. Las de quienes las habían pronunciado
La otra, la recién llegada empezaba a penetrar por las arterias ocultas de las paredes para impregnarlas de fonías nuevas.
lunes, 19 de octubre de 2009
EXTRAÑAS EN EL PARAISO
Había comprado helechos, orquídeas, ficus, geranios. Estaba exultante. En mi nueva casa tenía al fin lo que siempre había soñado. Una terraza. Iba a llenarla de flores y fragancias.
Al abrir la puerta para descargar mis herramientas de jardinería me encontré con unos inesperados visitantes. Ellos (imagino que macho y hembra) no se alteraron con mi presencia. Tal vez por que tenían claro que ése era su lugar y yo su invasora. Yo era la que interrumpía con mi presencia sus escarseos amorosos.
Entonces pensé , ¿porqué no compartir espacio con tan reconfortante y romántica imagen?
Mi terraza, (empecé a replantearme la propiedad) la que creía que podía convertirse en un Edén, en donde Adán y Eva (así los había bautizado) podrían dar rienda suelta a sus instintos naturales sin castigos bíblicos (tampoco había algún fruto prohibido que les provocara tentaciones) se teñía continuamente de pinceladas blanquecinas fruto de las expulsiones intestinales de la bienamada pareja.
A estas horas y después de fracasar en todas las opciones posibles con el bienintencionado propósito de que mi territorio sea ¡¡mío y sólo mío!! y que mi armamento para obligar a que mis acurrucados invasores se pongan en retirada (agua, globos que se mueven atados a las barandillas, molinillos de viento, ruidos con tapas de ollas, etc.) no haya dado resultado, sólo se me ocurre pedir a la comunidad bloggera que colabore en mi desesperado intento para que mi pequeño paraíso tenga un agradable e higiénico aspecto.
¡¡Por favor !! ¿alguien tiene alguna brillante idea que impida que me convierta en asesina de Adán y Eva?
Amo a los animales, pero éstos (tortolos/as embobados/as) han podido con mis nervios.
¡Ah, que no se les ocurra aconsejarme que traiga una serpiente!
jueves, 15 de octubre de 2009
sábado, 10 de octubre de 2009
EL SECRETO DE ABRIL
La acera no la reconoce. La deja transcurrir. Ella sigue dando volteretas a los segundos que le suceden.
Un anciano de lento transitar la empuja con su bastón. Entonces levita jugando con el aire.
Un trasnochado romántico hace sonar un saxofón en una esquina y el resoplo le pone música a su vuelo.
Y Abril, la hoja, baila. Hasta que la gravedad, implacable, la atrae.
La rama de un álamo solidario deja caer una hoja seca con ternuras de otoño para mimarla en su descenso y un charco le hace guiños llamándola para arroparla .
Ella se deja querer mientras su piel envejece y envuelve entre sus arrugas una fecha señalada con tinta roja. ¿ Un instante, una cita, un recuerdo ?
Un secreto, acaso, que se pierde con Abril.
sábado, 3 de octubre de 2009
EL JARDÍN DE LAS ORQUÍDEAS
Saldos de su vida. Un antiguo bolígrafo Parker destintado, una servilleta de papel con un corazón dibujado, una agenda y una dirección en letras rojas. Un perfumero vacío de fragancia, pero amenazando recordársela.
En un ticket de autobús, apuntado en una esquina … un nombre y escondida en un bolsillo de la cartera, prieta, en una pequeñísima caja atada con una cinta roja una entrada del cine Avenida, el de su viejo barrio, que le trajo al presente una última fila, una mano en su mejilla y un beso. Recordó el título de la película que vieron juntos, “Rebelde sin causa”. Y rió al acordarse de los celos que él sintió de James Dean, cuando en realidad ella se había emocionado con la ternura de Sal Mineo.
Después aparecieron unas llaves, que abrieron inolvidables momentos, tras una puerta en noches cerradas, y un sobre con el diagnóstico que un día le puso límites a su felicidad. Cerró entonces la cartera y salió al jardín. Necesitaba aspirar un poco de aire fresco. Las flores empezaban a abrir sus pétalos, anuncios de otra primavera. El aire olía a savia nueva.
¿Por qué siempre dejamos restos de nuestra vida en alguna cartera?, se preguntó mientras encendía una lumbre para quemar esos restos del ayer; para convertirlos en cenizas. Tal vez, pensó, las cenizas esparcidas en mi jardín de estos viejos recuerdos se mezclen con la tierra abonada y acaso allí, en alguna primavera, broten orquídeas. ¡Mi flor preferida!, dijo mientras sonreia y pedía un deseo. Por aquello de las tradiciones, simplemente. Era su abuela la que siempre le había dicho: “La orquídea es una bella flor, es la flor del amor, pero también de las mentiras”.
Hoy, en su pueblo, quienes la conocen, o dicen conocerla, los que viven su presente, cuentan que hay en su casa un bellísimo jardín pleno de orquídeas. Rumorean que por las noches, “la Señora Viuda” perfuma su cuerpo con el rocío impregnado del aroma de sus flores. Hasta dicen haber visto merodear a un colibrí buscando el polen de sus orquídeas. ¡Cúantas cosas dicen en el pueblo!
Pero ella, que se deshizo del pasado, que ha vuelto a sentir, que se ha desnudado de amarguras, exprime ahora sus sensaciones, y al igual que sus orquídeas siempre espera dar la bienvenida a algún colibrí que se acerque hasta su alcoba buscando su néctar. No sólo ha quemado los recuerdos...¡ También los prejuicios!
Y los del pueblo...¡Qué caray! ¡Qué hablen!
lunes, 28 de septiembre de 2009
EL FOTÓGRAFO
De repente una imagen.
Él la advierte.
Dos cuerpos, reposando...
Dos cuerpos en cualquier lugar, sin identidades .
Anatomías en opuestas direcciones que lo atraen y se dibujan en su retina. Un instante.
Están allí, dos cuerpos admirándose, reconociéndose. Identificando sus manos, sus miradas.
Cuerpos ajenos a él, alejados de lo circundante, indiferentes.
Él se asoma entonces, cauteloso, a ese instante de contactos.
Los atrapa, los acerca hacia su mirada.
Se adueña de esas esculturas, y en un clik las convierte en vidas sin nombre en su objetivo.
Descubre la belleza. Sus ojos captan, antes que el reloj, la verdad en una imagen, y su sensibilidad define las formas de aquello que él sólo ve. Sus ojos encuentran lo invisible. La profundidad. Seducen el alma.
P/D: Mi enhorabuena a Pablo Tello, (alguien muy especial para mí) autor de la imagen que ilustra el post y que me asombró desde sus primeros trabajos.
lunes, 21 de septiembre de 2009
AQUELLO QUE LLAMÁBAMOS AMOR
Pero hoy la noche no es absoluta, las estrellas hacen guiños de complicidad y la luna ha puesto luz de asombro para asomarse a mi nostalgia.
Y en esta luminosa oscuridad, entre las luces y las sombras del jardín, he recordado aquella primavera.
Tú y yo, nosotros solos, junto a la mesa cubierta con un mantel manchado por el vino de nuestro brindis. Tembloroso brindis de la primera cena.
Tambíen está el pastel de fresas, como el que a tí te gustaba, con nata. Y en el medio, dibujado con letras de chocolate, tu nombre y el mío ...y un corazón.
Y mi cuerpo está adornado con aquel vestido rosa de amplia falda. El mismo que anunciaba vuelos de caricias entre sus pliegues, testigo de nuestros descubiertos placeres, de asombros satisfechos.
¿Sabes? Me gustaria que esta noche volviésemos a brindar y que tu copa derramara, como entonces, el vino en el mantel. Y que sintiésemos, otra vez, el temblor de aquella adolescencia despertándose a la vida, asombrándonos de aquello que llamábamos amor.
En el jardín junto a la mesa he puesto dos sillas, por si acaso...
Antes que desaparezca la luz y la noche sea absoluta ….
Antes que este recuerdo se adormezca...
miércoles, 16 de septiembre de 2009
EL ÚLTIMO PAISAJE
Esa mañana él se levantó muy temprano y emprendió el trayecto, como cada día, hacia un lugar en donde el tiempo le restaba segundos a la ilusión.
Caminaba hacia el pueblo y en el trayecto dejó que la flores, las hojas, las ramas y las hierbas lo untaran de fragancias y de rocío, recogió gotas de lluvia en el cuenco de sus manos y cerró sus puños. Estaba tan impregnado de vida aquel paisaje, tan lleno de imágenes, tan pleno de recuerdos. Aspiró profundamente, trató de que sus pulmones se llenararan de aire puro. Lo necesitaba. Una mariposa libaba el néctar de una flor. La cogió sigilosamente con sus dedos, y cuidando de no herirla, la introdujo en una cajetilla vacía de tabaco. Sólo quería una partícula de su néctar, luego respetaría la libertad de su vuelo. Una tenue niebla, que el vapor de la tierra caliente había formado, lo envolvió en su camino. Quitó entonces la tapa del botijo, en el que llevaba siempre agua fresca, e intentó recoger en él las partículas del vapor. Todo lo que era vida, todo lo que en ese valle le recordaba felices momentos, lo fue recogiendo.
Caminaba y a sus pasos sólo le acompañaban sus pensamientos y el canto de los pájaros que ya habían abandonado las húmedas ramas desplegando sus alas en busca de horizontes.
Caminaba y llevaba vida, gotas de lluvia en sus apretadas manos, niebla en el botijo, rocío impregnado en su cuerpo, llevaba fragancia de flores de después de la lluvia, el néctar libado de la mariposa y también su vuelo. Y aire, aire puro y fresco aspirado en sus pulmones.
Y quizás, o también, llevaba algo de esperanza.
Abrió la puerta de la blanca sala, despacio, muy despacio, sin hacer ruido. Un rayo de sol se filtraba a través de la cortina y le permitió ver su bellísimo y pálido rostro. Sintió frío.
Apoyó su cabeza en la almohada, a su lado, y la acarició. Mojó su cara con gotas de lluvia.
La besó intentando que el aire puro del valle se introdujera en sus débiles pulmones. Abrazó su pequeño cuerpo para que el rocío se adhiriera a su piel, y la perfumó con fragancia de las flores que había recogido.
Sintió su frío.
Abrió la cajetilla y la mariposa comenzó a revolotear entre las blancas paredes de la habitación iluminándola con sus colores. Hasta que sus alas cansadas se fueron cerrando y despacio, muy despacio, su vuelo se fue apagando dejándose caer exhausta sobre la almohada. Y allí, sobre el fresco hilo de la funda, dejó la huella de su néctar.
Ella tal vez la presintiera y sólo esbozó una débil sontrisa. Ya no había palabras. Éstas enmudecen antes que la vida se apague, como las mariposas pliegan sus alas antes de morir.
Y cuando sus ojos se fueron cerrando, él aún creyó escuchar su voz. En ese silencio volvió a escuchar sus palabras, las que antes habian tenido sonido ...“después de la lluvia tráeme el olor de nuestro valle, tráeme sus humedades ...no esperes a que otro sol vuelva a secarlas”
Salió de la sala, y por última vez cerró la puerta despacio, más despacio que nunca. El camino de regreso no lo hizo solo. La mariposa había reiniciado su vuelo, había desplegado nuevamente sus alas. Tenían el mismo trayecto. Hacia la vida.
jueves, 10 de septiembre de 2009
EL ADIÓS DE LAS LÍNEAS PARALELAS
Hubo una mañana de piel sin roces. Sólo de espacios cercanos. El mismo asiento. Él a su lado. O ella al suyo. Tal vez buscaban un asiento vacío para decirse un ¡Hola!. Para espiarse, para acercar sus soledades.
Ella descubrió lo que el leía, quiso identificarse en alguna palabras no pronunciada.
Él se fijó en sus manos.Tal vez las presintió con necesidades anheladas.
No hablaron. Se observaron desde la timidez. No hubo preguntas. Temian descubrirse. Romper la magia de lo desconocido. Eran, sin querer ser. Innombrables.
Y cuando él descendió, cuando su destino llegó al final, sobre el asiento quedó su libro abierto en la última página. Ella alcanzó a leer la palabra FIN, pero ya era tarde. Él movía su mano desde el otro lado del cristal, desdibujado. En sus labios se fué diluyendo un adiós. Y ella oyó el sonido de cada una de aquellas cinco letras separándose de la palabra....A-D-I-Ó-S.
Oyó tambien los silencios, como en un pentagrama.
Silencios del último compás. De letras ahuecadas. Despojadas del nosotros. Del tú y yo. Grafía de líneas paralelas. Como las vías de aquel tren de cercanías que compartieron.
lunes, 7 de septiembre de 2009
MUTACIÓN
También he observado que los animales se acomodan, acunan su cuerpo, en un espacio que hacen suyo y con el que se identifican. Recuerdo a mi perrita Sammy, por las noches, cuando ella percibía que el cansancio me vencía y que por ende se acercaba la hora de mi sueño (era la última en retirarse a descansar) que buscaba su paño de lana marrón, lo arrastraba con sus dientes hasta la puerta de mi habitación y allí se echaba. Era su lugar. Allí se sentía arropada, segura, cómoda. Su cuerpo amoldado, acostumbrado a aquel rincón, se relajaba.
Este verano, tal vez inconcientemente para evadirme de una realidad que se aproximaba, me entretuve en observar a los pájaros que revoloteaban entre los árboles. Al atardecer y cuando el cielo se pintaba de arreboles, ellos, elegían siempre las mismas ramas para descansar de sus vuelos diurnos. Alli se sentían protegidos, alli piaban los nuevos polluelos. Allí tenían su espacio. Anidaban.
Un gato, que paseaba por el monte desde que los rojizos rayos del sol anunciaban el amanecer, también se acomodaba, cuando se aproximaba el ocaso, a los pies trenzados de un viejo olivo para descansar. Había elegido el árbol que le brindaba protección. Y el árbol, quizás, se había acostumbrado al calor de su cuerpo. Al menos yo tenía esa sensación. De amalgamada necesidad, de habitarse.
Y así descubriendo el conductismo en la naturaleza se me fueron pasando los días intentando no pensar que a mi vida le aguardaba un cambio. Un cambio que podría hacer que mis raíces se resintieran
Ha llegado ese momento. Hoy soy yo quien tiene que dejar mi lugar. Un lugar que durante años me cobijó y en el que cada ladrillo guarda el pentimento de mis días.
Hoy más que nunca recuerdo que, al llegar a esta casa que ahora voy a abandonar, mis palabras hacían eco. Los sonidos, mis sonidos, impactaban en las paredes como queriendo devolvérmelos. No me reconocían, no le pertenecían.
Pero con el paso de los días esos sonidos fueron penetrando en cada tabique, en cada grano de cemento, impregnándose de mí, aceptándome. Entonces perdí la sensación del eco. La casa me había aceptado. Y comencé a sentir su protección. Ambas, mi casa y yo, nos necesitábamos. Ella con su respetuoso silencio arropándome en su estructura. Y yo adornándola, manteniéndola decorosa, alegrándola. Nos identificábamos, nos habitábamos. Como el árbol con el gato.
Hoy voy a mudarme, a mutarme, a abandonarla. Y al ir vaciando espacios siento que la desnudo de mí. Que nos vaciamos ambas.
Y sé que, como Sammy, tendré que buscar mi rincón y por un tiempo habré de sobrevivir a un estado de desorientación hasta que lo encuentre. O tal vez al llegar la noche intente, como los pájaros, hallar las mismas ramas para adormecerme y mis sueños tarden en llegar al no reconocerme en otras ramas. O recuerde al gato que ronroneaba a los pies del olivo cada noche, ubicado, abrazado por aquellos troncos.
Tal vez mi cuerpo experimente lo mismo que las plantas y se sequen mis días cuando mis raíces no recononozcan otro instante, otras baldosas con las que me identifique.
No obstante, intentaré confiar en que ese otro lugar que me espera será lo suficientemente acogedor como para reconocernos. Para habitarnos el uno en el otro. Para aprender a querernos.
Y encontrar un rincón que me acune.
martes, 1 de septiembre de 2009
UN CLOWN OCULTO EN MI ALMA
Recuerdo que, ya desde mi niñez, eran muchos los que se preocupaban por mi falta de sonrisas. Mamá solía decirme, creo sin mala intención pero que a mí se me antojaba con ironía , “la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa ?”. Las niñas de mi edad no compartían juegos conmigo. Yo no las divertía. Mis primeras relaciones amorosas fracasaban por mi escasez de alegría.
Intenté varias fórmulas sin resultado... una y otra vez. Pasaban los años y tenía la amargura dibujada en el rostro.
Una mañana al pasar por una tienda de disfraces, compré unas cuantas narices de payasos. Desde siempre me habían atraído. Mientras caminaba pensaba en el porqué de esa atracción. Nunca se me ocurrió consultárselo al psicólogo. ¡Bah... manías, puras manías!, me dije .
Al llegar a casa no hice lo que siempre acostumbraba, guardarlas en una caja de cartón en donde había otras que fui adquiriendo a lo largo de mi vida. Poco a poco las saqué de aquel encierro. Dejé que se desparramaran sobre mi cama. Y allí las observé durante un largo tiempo. Todas rojas, brillantes, de diferentes tamaños y texturas. Y sin apenas darme cuenta, se fueron dibujando imágenes que brotaban desde mi memoria. Y recordé una maravillosa tarde de circo y una figura... regordeta, de gestos torpes, vestida de sedas de distintos colores, de enormes zapatos, calcetines desaliñados de lunares, con un sombrero de arlequín inclinado sobre su cabeza, pómulos intensamente coloreados, sombras blancas alrededor de sus ojos y unos labios pintados de rojos que reían consantemente en carcajadas explosivas, contagiosas, delirantes. Y me ví, riendo. Me reía de sus torpezas, de su ingenuidad que se me antojaba cómplice con mi infancia. Ahora recuerdo cuánto me reí. Y abuela también lo hacía. Era ella quien quería verme sonreir. Ella quien buscaba, con desespero, algo que borrara la tristeza que siempre se dibujaba en mi rostro. Fui una niña triste, desconozco los motivos. Tal vez, ahora lo pienso, porque mi vida no le dio oportunidades al clown que estaba en mi interior para que me enseñara a ser feliz. Recuerdo aquel día de circo como el primero en el que mis mandíbulas se desencajaron y de mi boca abierta brotaban carcajadas, hasta entonces para mí, inconcebibles
Miré otra vez los pompones de colores que aún estaban allí, desparramados sobre mi cama. Cogí varios. Los mas brillantes, los que se parecían a la nariz de aquel payaso de mi infancia que hoy estaba recordando. Pinté mi cara tal como le había visto a él y adorné mi cuerpo con retales de colores. Transformé mi rubia y suelta melena en dos largas trenzas sujetas con lazos azules. Calcé unos viejos y destartalados zapatos de papá y unas medias de colorines que había tejido cuando abuela me enseñaba a hacer punto y salí a la calle con un pompón en mi respingado apéndice facial.
Busqué rostros de sonrisas congeladas, ojos tristes y les invité a colocarse aquel artilugio de color rojo en su nariz. Muchos aceptaban con agrado mi intención de unirse al improvisado “club de las sonrisas recuperadas”
Luego, nos mirábamos, unos a los otros, y sonreíamos. Fue tan simple que bastó con colocarnos un artilugio en la nariz. Aún guardo algunos en la caja de cartón por si acaso alguien necesita recuperar una sonrisa extraviada. No obstante, encontrarla fue para mí la voluntad de buscar estímulos que despertaran el clown que estaba oculto en mi alma.
viernes, 7 de agosto de 2009
SÉ QUE NO FUE UN SUEÑO
En la biblioteca había un libro en cuya tapa se leía su título “Interpretación de los sueños” y, para evitar tentaciones, lo giré para ignorar su contenido.
Sigmund no podía deshacer mi ilusión.
Necesitaba un buen baño..., con agua fría, que me quitara el sopor nocturno. Lo hice.
Miré mi cuerpo, desnudo, en el espejo. Estaba resplandesciente. Mis ojos, mi boca, mis brazos, mi piel, mi adolescencia... estaban despertando de aquella sensación de hipnosis.
Algo había cambiado el ritmo de mi corazón. Lo notaba
¡ Yo no había pecado !
Miré la cama, desordenada. Era mi cama, revuelta, testigo indiscutible de mi confusión, no el sillón de un psicoanalista.
¡ No, no había sido un sueño !
Entonces... ¡ existió !
lunes, 27 de julio de 2009
EN UN RINCÓN DE MI MEMORIA.
Papá se había levantado muy temprano para ir a trabajar. Su primer trabajo. Su humillación gratificada. Yo tenía entonces ocho años, mi hermano cuatro. En nuestra inocencia no cabía aún la palabra exilio. Y aunque ellos trataban de ocultarnos su trascendencia, eran inevitables las carencias en aquella infancia. Carencias de afectos arrancados y de privaciones.
No obstante, mi hermano y yo, estábamos contentos aquel día. Nuestro padre trabajaría en un parque de atraciones. Para nosotros era una divertida aventura. Éramos muy niños para advertir lo que significaba para su autoestima,
Desayunamos, sin palabras. Algo les preocupaba.
¿Y ahora que hago?- dijo mi padre, cuando se preparaba para salir. Tenía que coger el metro hasta el parque de atracciones para cumplir con su primer día de trabajo.
Y él, cabizbajo, salió entonces de casa sin darme el beso.
Cuando regresó por la noche, cansado, dejó su jornal sobre la mesa. Acarició el rostro de mamá. Lo recuerdo emocionado. Después de la cena me acompañó a mi habitación y me dió dos besos.
El tiempo no podía estancarse en la nostalgia. Recuperar la dignidad era la única manera de demostrar que no nos habían vencido. El esfuerzo de la integración iba lentamente recompensándonos. Papá ya trabajaba en la editorial. Mamá daba clases de piano en una academia. Mi hermano y yo habíamos empezado las clases en una escuela del barrio. Surgieron nuevas amistades. Íbamos teniendo historia en otro país. Renovando afectos, lenguaje, emociones. Identificándonos.
Un domingo decidimos dar un paseo. Cogimos el autobús. Era temprano. Iba casi vacío.
Al subir mi padre miró sorprendido al conductor. Era el expendedor de billetes que, una lejana mañana de carencias, vió en el rostro de un hombre desconocido la angustia por sobrevivir. Aquel que le había cobrado cinco pesetas por un billete de autobús que valía seis. La escasa diferencia entre la desesperación y la solidaridad simbolizada en una peseta.
Una mirada de asombro y la memoria retrocedió. Se reconocieron.
Sus miradas me demostraban que la bondad aparece en cualquier lugar en donde la vida palpita día a día. A pesar de la existencia de aquellos otros que siembran el terror y cercenan nuestras libertades, nuestro derecho a vivir en paz.
Durante el trayecto papá, sentado en el primer asiento, fue contándole aventuras y desventuras de nuestra vida. Yo, con curiosidad de niña ya adolescente, observaba como se entrelazaban aquellas dos miradas. Miradas que me demostraban que la bondad aparece en cualquier lugar en donde la vida palpita día a día. A pesar de la existencia de aquellos otros que siembran el terror y cercenan nuestras libertades, nuestro derecho a vivir en paz.
sábado, 18 de julio de 2009
UN TANGO...MÁGICO
No era alto. Ni siquiera guapo. Moreno de tez. Boca grande. Nariz prominente. Definida. Pómulos angulosos.
Pero fueron sus grandes manos las que me cautivaron. Su ruda manera de cogerme por la espalda. Con la derecha, mano extendida rozándome hasta la cintura. Y la otra, la izquierda, prieta, encogida, arropando la mía.
Sonó un tango. Imposible recordar cual era ante tal turbación. Sólo sé que nuestros cuerpos se adueñaron de los compases y los pies, los suyos y los míos, marcaron figuras en vuelo en las baldosas de la habitación.
Me miré en el herrumbrado espejo del armario de mamá. Los zapatos los había cogido de su zapatero. Estaba guapa con aquel vestido. Tal vez, él lo había advertido.
No recuerdo el final del baile. No sé en que momento dejó de sonar la música. Pero si noté el instante en que desapareció la sensación de sus manos apretando mi cuerpo. Fue justo cuando los notas del tango me elevaban hasta el paraíso.
Sabía que mamá había puesto en la entrada del jardín un portón de hierro forjado para evitar presencias extrañas, que sus lámparas y toda su vajilla estaban adornadas de plata para alejar apariciones desafortunadas. ¡Eso creía ella!.
Siempre buscaba entre sus plantas un trébol de cuatro hojas, que luego guardaba entre las páginas de algún libro, como amuleto. Era tremendamente supersticiosa.
Alcé la vista creyendo que él volvería a aparecer por algún rincón, sonriente, invitándome otra vez a bailar. Pero sólo alcancé a ver una imagen de San Patricio, arriba del armario.
No obstante, aseguro que bailamos un tango.
miércoles, 15 de julio de 2009
DUELO
Se terminó el trayecto y tuvo la sensación que había hecho un viaje al vacío.
Pero no hubo besos.
Y se estrelló con la vida, que seguía, agitándose en la ciudad.
Sólo su tiempo se había detenido. No quería que llegaran las noches por que ellas se adueñarían de los sueños guardados en su memoria. No quería amaneceres que desdibujaran su pasado. Un pájaro negro había cubierto con sus alas el transitar de los segundos.
Se vaciaron sus manos de caricias y su andadura se quedó sin plural desde que la finitud se encajó entre sílabas heladas .
Y el jamás hizo raíz en sus entrañas.
Desde el andén mira como el metro retoma su recorrido habitual. Ve como se aleja.
Sin embargo...nada es igual.
miércoles, 8 de julio de 2009
A VECES HOY, ES DEMASIADO TARDE.
Se anunciaba ya la primavera y al traspasar la puerta me encontré con un paisaje sorprendente. El olor de los magnolias inundaba todo el patio. Los jilgueros jugaban en la fuente y sólo se escuchaba el chapoteo de sus alas en el agua y sus alegres cantos. Atravesé el jardín por un sendero bordeado de flores. Al final una enorme casa de fachada reluciente, con grandes ventanales. En sus paredes se enredaban buganvillas de todos los colores. Y alli en medio de aquel despertar le vi..., sentado en un banco verde, con la mirada perdida y su blanca cabeza inclinada sobre su hombro aguantando aún, a su pesar, el peso de toda una vida. A su alrededor, otros que como él miraban hacia la nada. Para ellos ya no quedaban estaciones. No les quedaba ningún placer, sólo el inconsciente gesto de estar incluídos en aquel paraíso.
Inmutables, arropados por un único sonido, el de la naturaleza que despertaba. La contradicción del tiempo despertando en una estación y a la vez estancado en esos cuerpos. En un mismo lugar belleza y decadencia, fuerza y vulnerabilidad. Una estación que abría sus brotes y vidas que cerraban sus ciclos. Comienzos y finales.
Me incliné para saludarlo, esperando un mínimo gesto que lo rescatara de aquel paisaje. Toqué sus manos. Se habían trazado muchísimas arrugas desde que nos alejamos. Le abracé, pero sus brazos no se abrieron para arroparme. Sus ojos empequeñecidos parecían mirarme. Pero no me veía. Me pareció notar la humedad de una lágrima atravesando las grietas de su rostro. Tal vez necesité imaginarla. Muy despacio fui deshaciéndome de su insensible fragilidad. Ya era demasiado tarde para que nos reconociéramos. Me había quedado sin su voz, y sin ella también de aquellas palabras que siempre quise escuchar. De las que no nos habíamos dicho. Al alejarme oí nuevamente el chapoteo de los pájaros que jugaban en la fuente y sus gorjeos. El sonido y el silencio compartiendo un paraiso. O un infierno.
jueves, 2 de julio de 2009
UNA GRIETA EN LA INOCENCIA
Ella vestida de rojo, atravesando aquel parque, alegre. Y un instante...
Entonces aún caminaba sin prisas, libre. Sin miedos. Daba pasos de asombro en aquel laberinto. Era una aprendiz de sensaciones. Deslumbrada. Sin experiencias.
Observó detenidamente la imagen y regresó al pasado. Empezó a recorrer lugares repletos de olivos, de acacias, de fragancias y verdes infinitos. Caminos de flores y tierras húmedas. De colores. De trayectos mágicos.
Y se recordó...aún sonriente, desconociendo los entresijos de la vida, arriesgándose, expectante, descubriendo caminos y amaneceres y palabras nuevas, despertando curiosidades. Atreviéndose.
Entonces quería llegar hasta el final. Todavía. A un final aún no imaginado. Era su aventura.
El prado borró de repente sus colores. Y ella aquel día quedó huérfana de luces.
Él estaba alli, al acecho. Esperándola para devorarle en un instante, con astucias de cazador y de un vil zarpazo, su candidez. Agrietando para siempre su inocencia.
Siempre le ha temido al último capítulo.
Tal vez, desde que su ingenuidad se enfrentó a los finales infelices.
viernes, 26 de junio de 2009
¡NUNCA POR LA ESPALDA!
Sin embargo, allí estaba, como un soplo, sutil, agazapada
Sin mostrarse. Anónima. Invisible. Oculta. Disfrazada.
Jugaba sin apostar. Nada. No arriesgaba, sólo quería ganar...
Sin exponer, sin exponerse.
Con pasos de fiera acechaba, siempre, amparándose en las sombras.
Para quedarse con sus vísceras, para adueñarse de lo impropio. Anulándola.
Y ella... fue haciéndose frágil, frágil, cada vez más frágil. Destruída
Pero cuando el dolor se le hizo irresistible, cuando lo suyo se le fue hacíendo ajeno, la intuyó.
Y buscó la luz para mirarla de frente. Para enfrentarla .
Ya no la encontró.
La débil palabra se había diluido. Su osamenta no resistió amaneceres.
viernes, 12 de junio de 2009
EL ENTIERRO DE LA SOMBRA
Sabía de su extensión en cada hora del día, de su fragilidad en la oscuridad. Sus diferentes formas las dibujaba en un viejo cuaderno que llevaba siempre consigo. Por las noches, cuando Maria se apretujaba entre los cimientos de su soledad y la luz de la lumbre, observaba su sombra... elegante, estilizada, vestida de un siniestro color negro, impresa, pegada a los ladrillos de su vida. Fue desde siempre la geometría que acompañó su cuerpo. La vió crecer, alargarse, ensancharse y encoger hasta ocultarse como parte de un juego en el que ambas participaban. María no podia separarse de ella y la buscaba, era el ángulo desde el que arrancaban sus días, la línea paralela de su yo desprotegido de otro. Y ella, la sombra, la necesitaba para existir, para ser.
Era la única que conoció los límites de su soledad. A Maria nadie le enseñó el horizonte donde nacen los placeres, las emociones, las sensaciones, las palabras, los sonido, las caricias. Nunca amó, nadie la amó. Cuando su cuerpo ardía entre las blancas y frescas sábanas de hilo, sólo la sombra conocía de sus saciados deseos. Nuca nadie acompañó sus pasos ni su alma. Vivió sin historia. Sin calendarios marcados. Sin tiempos agotados..
Era de decisiones irrevocables. Tampoco tuvo a nadie que se las discutiera.
Se acercó hasta el pueblo, buscó al carpintero más recomendado, lo llevó hasta su vieja casona y a los pies del olivo, allí en donde el tronco se trenzaba a la tierra, le pidió que hiciera un ataud que se ajustara a las medidas de aquella fosa. Eligió la madera más noble y el lustre del barníz más decoroso. No puso reparos en cuestiones económicas.
Poco tardó el carpintero, bien remunerado por el encargo, en terminar aquel trabajo.
Era verano y la noche tardaba en llegar. Hacía demasiado calor. Maria bebió un refrescante brebaje. Enjuagó su cuerpo con un baño y sales espumosas vacías de aromas. Le bastaba el olor húmedo de la noche. Se vistió con una túnica de gasa que dibujaba su sensualidad. Apagó la lumbre de la casona, cerró puerta y ventanas y caminó descalza por el sendero que la llevaba hasta el viejo olivo.
La luna dejaba pasar la luz exacta que necesitaba su cuerpo para que la sombra, su sombra, se reflejara en el fondo de aquel ataúd, y formara con él un ángulo recto.
En el cuaderno, que la acompanó siempre, estaban dibujadas con precisión las formas de su fina anatomía y la hora exacta de la bocanada final, cuando el ángulo se cerraría para convertirse en una recta. Un huracanado viento sopló después. Y la tierra fue enterrando para siempre esta historia. Solo el olivo guarda aún, entre sus robusta y retorcidas ramas, el secreto que unió dos sombras.
martes, 9 de junio de 2009
AQUELLOS OJOS VERDES
Pero aquellas tiernas palabras no le servian como consuelo. Llegó a pensar que lo que le estaba ocurriendo, esa sensación de que todo se había vuelto gris, opaco, también le sucedía a su alma. Necesitaba cristales graduados que pusieran claridades a su tristeza. Pasó mucho tiempo sin mirar de frente a quienes le hablaban. Sin poder asimilarlo.
Antes de usar gafas, era ella la “Marilú” de la escuela. Sus grandes ojos verdes, casi esmeraldas y su pelo negro ensortijado le valieron el apodo. Era el nombre de una muñeca que aparecía en un anuncio publicitario. Hermosa.
Pero una mañana, alguien en la escuela, por aquello de la “agresividad infantil no consciente”, empezó a llamarle “Cuatro ojos”.
¡Sólo por usar gafas había bajado unos cuantos peldaños en el escalafón de la belleza!
Ya no era como la hermosa muñeca, ahora era “la Cuatro ojos”. Y por más que sus padres, sus abuelas, sus maestras, trataban de convencerla de que las gafas le quedaban estupendas y que hacían más atractiva su mirada, su desconsuelo era progresivo como lo era la miopía de aquellos años. Se fue transformando en una adolescente solitaria. Miraba la vida hacia abajo. Sus párpados se hicieron pesados condicionando la capacidad de asombro.
Caminaba sin interrogantes, sin curiosidades. Había dejado de mirar lo que la vida le iba ofreciendo.
Una mañana, paseando por el parque, el vuelo ascendente y descente de una abeja sobre una flor, llamó su atención. Con nitidez observó como sorbía el dulce néctar. Y mientras el insecto volaba, pudo ver la transparencias del amarillento polen suspendido en el aire. Se quedó un largo tiempo disfrutando de esa imagen. Asombrada.
Levantó la cabeza y comenzó a mirar de frente, a mostrarse, con gafas y sin ellas. A descubrir el alma a través de una mirada. Y a que descubrieran la suya. Y sus ojos . “Aquellos ojos verdes, de mirada serena”...
jueves, 4 de junio de 2009
NOSTALGIA
"Nostalgia", un cortometraje de Mario Viñuela
Tal vez no seamos
tan diferentes.
Tal vez, tú y yo,
necesitemos el sonido
de una voz que nos acaricie.
viernes, 29 de mayo de 2009
INSPIRACIÓN
Busco tu presencia .
Quiero escucharte. Que llegues como otras veces, casi en vuelos, sigilosa o repentina .
Y que me digas algo.
Algo que aún no me hayas dicho, sonidos nuevos.
Algo que nos conmueva, a tí y a mí. Que nos arrincone, que nos aisle en un tiempo inventado.
Necesito que rompamos realidades y perderme junto a tí en las antípodas.
Y crear. Imaginar.
Quiero encontrarte y que me susurres algo, algo que en el ayer se reconozca o que presienta el eco del futuro, que se conjugue en el pasado o que ponga adjetivos al presente.
Necesito que te aproximes. Que me sorprendas...que despiertes sensaciones adormecidas.
¡Te necesito, compréndeme!. No puedes dejarme vacía.
Quiero vibrar, estremecerme, emocionarme.
Envuélveme en tu magia, para sentir.
No tardes demasiado, mi hoja en blanco te está esperando .
.
domingo, 24 de mayo de 2009
UN CAMBIO...ACERCÁNDOSE
En el viejo sillón del salón se había grabado la forma de su cuerpo. Allí bajo la lámpara de pié se quedaba horas mirando por la ventana, haciéndo suyo el paisaje, obligándose a desconocer otro destinos. Acariciaba siempre el lomo del libro antes de leerlo. Lo identificaba. Su dedo índice recorría el texto acaso impidiendo que las frases, y las letras y los acentos y las comas y los puntos que hilvanaban aquella historia, se ahuyentaran. Era parca en palabras, las justas, para no cambiarlas por otras. Para no desgastarlas. Austera en ruidos, ningún sonido alteraba sus silencios. Caminaba muy lento, con suavidad, para no borrar sus pasos, para no perderlos. Su mano derecha rozaba cada día, antes de irse a dormir, mi mejilla izquierda. También, a mí, me había hecho intransferible. Luego tímidamente sonreía. El mismo rictus, no le conocí otro. Tal vez porque temía gastar sus gestos. Y cuando el atardecer daba la última bocanada, cuando aún el sol no se había cambiado por la luna, su frágil figura se perdía a lo largo del pasillo. Caminaba en línea recta, repetía baldosas. Y antes de cerrar los ojos, hasta que el sueño la venciera, su vista se elevaba hacia el techo... o hacia el cielo. Siempre igual, todo de la misma manera. Su tiempo tatuado en círculos concéntricos. Igual hasta que llegó, sigiloso y sin su consentimiento, un cambio. Otro trayecto. Definitivo. Irreversible.
Imagen : El sueño acercándose-Salvador Dalí
lunes, 18 de mayo de 2009
¡ CUÁNTAS COSAS NOS QUEDAN DE TÍ !
Testamento de miércoles (Mario Benedetti)
Lego mis catorce estornudos del mediodía/una carta a mi mujer en la que falta la posdata/el final de una novela que a duras penas leo/las siete sonrisas de cinco muchachas/ya que hubo una que me brindó tres/y el ceño fruncido de un señor/que no conozco ni aspiro a conocer.
Lego un colorido ajedrez moscovita/una computadora japonesa sin pilas/ la buena radio en que está sonando/el español grisáceo de la bibicía./ ¡Ah!, la Olivetti y el cepillo de dientes/no los lego por si acaso.
Lego tropos y metáforas de uso privado/que modestamente acuñé en la tarde/por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños/el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo/la cortina de lluvia que miro y no descorro.
Lego un remordimiento porque es aleccionante/y un poco de tristeza porque es inevitable/también mi soledad con la ilusión/de que el jueves resuelva no admitirla/y me sancione con presencias varias.
Lego los crujidos de mis viejas bisagras/también una tajada de mi sombra/no toda porque un hombre sin su sombra/no merece el respeto de la gente.
Lego el pescuezo recién lavado/como para un jueves de guillotina/una maceta con hierbabuena/y otra con un boniato que me hastía/ya que esta cargante convolvulácea/me está invadiendo el cuarto con sus hojas.
Lego los suburbios de una idea/un tríptico de espejos que me agrede/el mar allá al alcance de la mano/mis cóleras por orden alfabético/y un breve y curioso estado de ánimo/que todavía no sé si es inocencia/o estupidez malsana/o alegría.
Sólo ahora lo advierto/en paredes y anaqueles y venas/en glándulas y techos y optimismos/me quedan tantas cosas por legar/que mejor las incluyo/en otro testamento/digamos/el del viernes.
HOY TAMBIÉN NOS HA DEJADO ROTA LA ESQUINA DE UNA PRIMAVERA.
ADIOS SEÑOR POETA.
miércoles, 13 de mayo de 2009
LA LECCIÓN DE NICO
Fue una mañana, en que tímidamente corrió el visillo que adornaba su ventana y miró su jardín sin flores, sin fragancias, ausente de manos que lo adornaran, cuando le vió. Allí estaba Nico. Silencioso. Solo. Él necesitando de ella, de sus caricias. Pero solo, sin pedir nada, respetándo sus ausencias como si presientiera que él no cabía en el pozo de esa angustia. Ella se quedó trás los cristales mirando su cara. La boca abierta y la transparencia de la gota que caía del grifo, descansando en su recorrido sobre aquella lengua sonrosada y sedienta, humedeciéndola. Una tímida gota calmaba su sed. Él, solamente, trataba de no dejar escapar ése placer.
Julia abrió entonces la ventana. Sintió de repente la necesidad de hacerlo y lo llamó como hacia tiempo que no lo hacía. Y agazapado, despacio, cauteloso, él se fue acercando. Sentía respeto por los silencios de su dueña. Lo acurrucó junto a su pecho y lo acarició. Sus ojos tenían un brillo especial, él no se había rendido, seguía disfrutando de una tímida gota que calmaba su sed, de una caricia, de un abrazo. Abrió entonces todo el ventanal, corrió los visillos, miró la mañana, puso algunas flores que aún se conservaban en una jarra con agua fresca y aspiró nuevamente el perfume de la vida. Nico, su gato la había despertado del letargo. Dieron un paseo por el jardín. La lección estaba aprendida.
sábado, 9 de mayo de 2009
ENCUENTRO
martes, 5 de mayo de 2009
COSIENDO HISTORIAS
intentó remendar su corazón desgarrado.
Dicen los que la conocieron que lo consiguió.
Luego colgó un cartel en su puerta:
“SE HACEN ARREGLOS”
Abuela Carmen me lo decía casi siempre, “Esto será lo único que tú heredarás de mí el día que..., agregando luego otras palabras que no me gustaba escuchar.
Ella era la modista del barrio. Debajo de aquella magnolia que perfumó días de mi infancia yo estudiaba cada uno de los mecánicos movimientos de aquella máquina. El “tric-trac-tric-trac” del pedaleo, los acompasados balanceos de los pies de abuela, el círculo de la negra polea encajada en aquella rueda que con sus giros permitía que el hilo fuera desenrollándose de su carretel y que la aguja subíera y bajara dando pequeños mordiscos al tejido.
A abuela le costaba enhebrar la aguja y todavía recuerdo el sonido de su voz cuando empezaba a quejarse de su decadencia, “¡Hay mis ojos que ya no ven cómo antes ¡” .
Esas palabras eran para mí la invitación a participar de la magia que ella y su máquina Singer creaban por las tardes, bajo la sombra de la magnolia. Era una agradable tarea, casi un desafiante juego, poder introducir el hilo en el diminuto ojo de la aguja. Y mientras ella cosía, yo abría el pequeño cajón de la derecha, y allí estaban colocados en riguroso orden los carreteles de hilos de una gama maravillosa de colores y las tijeras alineadas de mayor a menor y una cajita pequeña de cartón en donde guardaba las tizas planas y cuadradas de un suave tono gris. Con ellas dibujaba las pinzas que entallaban las prendas, el largo justo del dobladillo, la forma de las solapas, el ancho del canesú y las sisas que encajaban perfectamente luego con la manga. En otro cajón, debajo del primero, guardaba sus dedales y cintas métricas, amarillas y gastadas, con las que yo aprovechaba para medir los progresos de mi altura. Y trabillas, alfileres, almohadillas con agujas pinchadas en su barriga para no extraviarse y botones, infinidad de botones multicolores de distintos tamaños que me entretenía en ordenarlos.
¡Cuántas tardes de mi infancia estaban también encajadas entre los engranajes de aquella máquina! Mi curiosidad despertaba al asombro cuando veía como cada puntada se enlazaba con la que le precedia y esta a su vez se encadenaba con la siguiente y las diferentes piezas quedaban perfectamente unidas. Y al final veía la culminación de aquel trabajo, una primorosa creación hecha sólo con retales, con los mecanismos de su máquina y las hacendosas y curtidas manos de abuela. Luego aquella obra quedaba colgada en una percha, lista para el planchado. Entonces abuela cerraba su máquina, al final de la jornada. Recuerdo mi primer dizfraz de mariposa para la fiesta de la escuela, el vestido de mi comunión adornado de alforzas y puntillas, la blusa de plumettí con una transparencia que me hacía reticente a su uso por puros prejuicios de mostrar mis incipientes brotes femeninos.
Aquella curiosidad fue agregando nuevas palabras a mi vocabulario. En el diccionario que papá me había regalado para un cumpleaños buscaba sus definiciones. Y descubrí que esos vocablos, zurcir, sulfilar, hilvanar, remendar, remallar, tenían algo común en su significado, unir, corregir, arreglar...
¡Era ése su objetivo desde siempre, desde que la vida le puso la primera zancadilla y el dolor de una traición le dejó el corazón malherido ¡ Aún así, casi desde lo imposible fue dando puntadas, una tras otra, como su máquina, para encadenar un día con el siguiente en el esfuerzo por conseguir que su vida y la de aquellos que formaban su mundo jamás se deshilvanaran.
Ahora la dueña de la máquina ya se ha ido y con ella también un trozo de mi infancia cosido bajo la sombra de aquella magnolia. Pero me ha dejado para siempre su ternura entre los engranajes de su máquina de coser “Singer” y la aguja enhebrada para que ahora sea yo quien siga creando puntadas que encadenen ilusiones.
Si, yo he heredado su vieja máquina, tal como me lo había prometido. Lo primero que he intentado remendar ha sido un corazon desgarrado. Como lo hiciera abuela Carmen. Espero haber puesto un buen hilo para que la costura no vuelva a abrirse, ... luego pensaré si cuelgo también, al igual que ella, el cartel de “SE HACEN ARREGLOS” .
jueves, 30 de abril de 2009
A MÍ, ¡ QUÉ ME LO EXPLIQUEN !
Salí del túnel y fui a un colmao del barrio, d'eso que no tienen casi na', y lo poco que hay no tiene ni marca y alli encontré un rollo de papel higiénico que m'andaba faltando. -Oigame don Angel que ando con lo justo. Ya sabe con esto de la crisi- dije - ¡y sonaba bien la palabrita!. Y como no había nadie que pidiera la tanda yo me lancé con que sí me podía da' un paquete de arró, de los pequeñito, como pa' hervirlo y ponerle aceite y na' más, sin sal, que encima dicen que hace daño. Y el don viene y me dice que no, que si apena le entra algún cliente, que no sabe como va a pagá el alquilé este mes y que encima tiene a su mujé en el hospital. Vaya, pensé, a buen monte voy por leña y salí sin el paquete. El papel higiénico si que lo llevo...ya me dirán.
Y la buena señora que me mira, se acerca y yo que pienso, ¡al meno pa' el arró!, y ella que va y me suelta , -Niño, que mira, que ten esperanza, que acabo de escuchar que lo de la crisis ya ha pasado, y que vamos a mejor, que ahora sólo tenemos deflación, vamos, creo que se dice así ¡Ya lo decía yo que esto duraría poco! ¡Adiós guapo! - y no me deja ni veinte céntimos.
Son las ocho de la tarde y na' de na' en el cajoncito, pero seguro que si voy ahora hasta el colmao de don Angel, me podrá da' el paquete de arró, vamo digo yo, puede que hasta tenga ilusió hoy. Que ahora con la deflació, la crisi s'ha mejora`o, que lo ha dicho la señora. Vaya que un día d´esto a lo mejó me puedo comprá un dicionario. ¡Cómo me molesta tené que preguntá a la gente lo que significan algunas palabras!. Pero de verdá que lo hago sin molestá, si al final aquí casi to'os llevan libros, y entonce uno piensa, que inteligente que son, cúanto debe de sabé esta gente. Bueno, uste`es me perdonen, voy a ve' si ahora consigo el arró, al meno hoy he tenido una noticia pa' la esperanza, según la buena señora. Que ahora estamo muyo mejó con esto de la deflació y que hay que tené ilusió. Jodé, que ahora, puede que pronto tenga mi chabolita y entonce ...dejaré de dormí en el metro.
“Esperanza , esperanza, sólo quiero bailá cha, cha, cha..."
De mi serie de relatos "Luces en el Metro"
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