A Beatriz le gustaba mirar el jardín apenas se despertaba. Cuando aún jugaban las gotas de rocío sobre las hojas, cuando se deslizaban lentamente algunas y otras se precipitaban al vacío esparciendo sus partículas húmedas sobre las ramas que se iban vaciando de verdes, ella corría hacia un costado las finas cortinas que permitían la entrada del amanecer y observaba como el gélido invierno iba desnudando las flores sin piedad.
Escuchaba música clásica mientras repasaba los sueños nocturnos y se abandonaba a ese estado de placidez que sobreviene tras los primeros instantes de la vigilia.
Su madre, en la cocina preparaba el desayuno. Olía a café la casa. Y a jabones frescos de duchas recientes.
Beatriz esperaba su llamada
-Hija, el desayuno está listo- y ella con un perezoso ¡ya voy!, se desplazaba por el pasillo .
La repetición de esta ceremonia no le deparaba ninguna sorpresa, la imagen era siempre la misma. Su madre con la bata azul, el rosario sobre la mesa, la canasta de mimbre con frutas frescas de la época y las viejas tazas de loza china, esperando el café caliente. Y ella, mientras, se distraía observando la originalidad en el grabado de esas tazas, hecho con finos pinceles y tintas rojas que enlazaban damas con pamelas y racimos de flores.
-Regalo de papá - decía su madre, cuando percibía su curiosidad, mientras arrimaba la silla de asiento mullido en la que solía sentarse su padre hacia la cabecera de la mesa y sobre ella colocaba la taza vacía en la que él bebió siempre su té de poleo.
Nunca pudo convencer a su madre de que su actitud era innecesaria, que igual lo recordaban.
La gata, a sus pies, comía las migas del panecillo untado de manteca que caían al suelo. Ella la había acostumbrado.
Y rezaba antes de sorber su café.
Una mañana faltaron en el jarrón las flores frescas con las que decoraba la mesa. Era lo único que diferenciaba aquel desayuno al de otros días.
No has puesto flores, mamá- le dijo
Ella no contestó. La miró con una tímida sonrisa, tal vez, así lo creyó Beatriz, porque al final se había convencido que a ella le disgustaban las fragancias de las rosas durante el desayuno.
Recogió la mesa y con pasos cansinos y la curvatura de su espalda dibujando la línea descendente de la vida salió al jardín. Al regresar le acarició su frente, la besó y le dijo:
-Éste es el último pétalo, el que ha sobrevivido al final de la vida del rosal- y lo introdujo entre las páginas del libro que Beatriz leía.
Sabes- continuó- los recuerdos surgen a veces desde la soledad de una silla, desde una taza de café vacía, o de un pétalo de rosa guardado en un libro.
Era la última noche del año.
Beatriz oía las voces de sus hijos que la llamaban para el brindis. Empezaban a sonar las campanadas que daban la bienvenida al nuevo año y sintió la necesidad de asomarse al jardín. En el rosal despertaban nuevos brotes.
Cerró el libro y lo guardó otra vez en la vieja biblioteca. Allí estaba aún el pétalo de aquella rosa y sus recuerdos.
La gata buscaba las migas en el suelo. A su manera también recordaba.
Imagen: google.
Os deseo un futuro en paz