Miro, escucho, huelo, saboreo, palpo. Busco.
Te busco.
Me busco.
Me busco.
El grifo gotea.
Igual que antes cuando al anochecer oía tus pasos, por el pasillo, aproximándote
y me adormecían los sonidos reconocibles.
y me adormecían los sonidos reconocibles.
En el jardín, las violetas lloran su luto de viernes santo.
Las veo.
Las veo.
Allende los retamos lo vestían de amarillos intensos.
Un gato, que no aquél, lame su pata.
El otro no pudo esperar para acariciar mi mejilla.
El otro no pudo esperar para acariciar mi mejilla.
Se le hizo demasiado largo mi regreso. Como a ti.
La rama del jacarandá asoma en la ventana.
Roza el cristal de la cocina. Agrietado
El tiempo es implacable.
Hay una jarra de agua sobre la mesa. Es de vidrio incoloro.
Mis manos, las del ayer, retienen aún su color verde, transparente, como la vida en esos días. Pero acaso mi mirada haya desteñido los colores.
Huelo el caldo que bulle en los fogones. El vapor se expande y difumina las imágenes
Intento, en vano, que mi olfato reconozca el olor que alimentó mi niñez.
Caprichos del tiempo. De su inevitable empeño en envejecer lo que fue, lo que fui.
Mi cámara, la que llevo dentro, se obstina en retratar el ayer.
He de reemplazarla, me digo. En un intento vital de reconocerme.
Mi madre me oye y musita algo
Ella no me ha entendido. Lo sé.
Y yo...no puedo explicar lo inexplicable.
Te quiero- le digo
Ella me besa en la frente, como antes, como siempre.
No hemos cambiado.
Apago la cámara. Cierro los ojos.