"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

sábado, 18 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD


 El reino de lo inalcanzable                       

Weñatugú era un reino en el que sus pobladores se distinguian por su pequeña estatura. Los weñatugúes vivían en un prado rodeado de altas montañas a las que nunca pudieron acceder. Sus piernas tan cortas le impedían llegar a las alturas. No conocían la salida del sol ni su ocaso porque su mirada no sobrepasaba ni tan siquiera los montes más bajos del lugar. Sólo se dedicaban a pescar en el río y a labrar la tierra para conseguir sus alimentos. Pero su ilusión fue siempre poder asomarse a aquel mundo que desconocían, suponiendo que allí se encontraba el bienestar, la alegría, la felicidad y entristecían ante la imposibilidad de alcanzarlo.

Una mañana los Reyes de Weñatugú para alegrar a su pueblo reunieron a todos los brujos del lugar anunciándoles la llegada de su nuevo vástago y les pidieron que con sus conjuros hicieran posible que aquel hijo que esperaban tuviera las piernas tan altas como el ciprés más viejo del lugar.

Todos se pusieron a inventar pócimas y celebrar aquelarres y sesiones de magia. Sabían que aquel que lo consiguiera sería gratificado por el rey con el puesto de honor de brujo de la corte. El curandero oficial aconsejó a la reina madre reposo absoluto para que el feto extendiera mejor  sus piernas. Todos colaboraban para la consecución felíz de aquel deseo.

Una noche de luna llena se anunció a los weñatugúes que se aproximaba la llegada del nuevo ser. Los brujos encendieron fogatas inmensas en cada una de las calles del reino y las hadas soplaban para que las llamas se elevaran lo más alto posible. Eso era, según ellos, un buen presagio. Los magos hacían que cintas de diversos colores se tensaran verticalmente en el aire y se dibujaba un largo arco iris en dirección al cielo y los duendes saltaban sin cesar entre las matas en un intento de que el sueño de sus reyes se hiciera realidad.

El niño nació aquella noche, rebosante de salud y con las piernas considerablemente más largas. El festejo por la llegada del príncipe Patilarga duro días y días. Era inmensa la alegría en el reino. Todos confiaban que la vida ahora iría cambiando con la llegada de nuevas generaciones.

El príncipe fue creciendo y conseguía lo que los demás siempre habían anhelado. Llegar hasta lo imposible. Hasta aquello que todos asociaban con la felicidad.

La noche de Navidad el rey y la reina como agradecimiento a los habitantes de Weñatugú le encargaron a su hijo, que era el único que lo podía hacer, que adornara el ciprés más alto del reino para colgar allí todos los regalos. Enormes cajas envueltas en papeles brillantes colgaban de sus ramas.

Esa noche se congregaron los weñatugúes alrededor del árbol felices de la idea que había tenido su Señor. El rey pronunció un discurso en el que  pidió a  sus vasallos que recogieran sus regalo. En los ojos de cada uno de ellos se reflejó de repente el desencanto y la frustración ante lo imposible. Cómo llegar hasta allí si su altura se lo impedía.

También el Rey pidió a su hijo que recogiera las flores del jardín para adornar la mesa, pero el príncipe no podía porque a su cuerpo, aún inclinado, le resultaba imposible llegar hasta el suelo y sus piernas no le permitían, ni tan siquiera, sentarse alrededor de la mesa para reunirse con sus padres y sus hermanos en la cena de Navidad. Tampoco podía besar a su madre, ni recibir una caricia. Las desconocía.
Patilarga enfermó entonces de angustia y los pobladores entristecieron al ver que la salud de su príncipe peligraba.

Entonces el rey leyó una proclama en la que se solicitaba a los brujos, los magos y los duendes que se reunieran en el bosque y otra vez celebraran sus aquelarres, prepararan brebajes y pócimas mágicas para que el príncipe curara y que sus piernas fueran como la de todos los weñatugúes.

Y el príncipe Patilarga volvió a la normalidad, se enamoró de una hermosa plebeya, la más pequeña del reino, y fueron felices y en la plaza central del reino hubo otra vez un abeto pequeño en donde todos pudieron recoger sus regalos.

Los Reyes orgullosos de su pueblo ordenaron al cartero real de Weñatugú que distribuyera por el caserío un escueto mensaje navideño “La felicidad no es potestad de lo imposible, sino de nuestra voluntad para conseguirla "

Paz, salud e imaginación para ser felices . Con cariño para vosotros.
Beatriz
                         

                                        

12 comentarios:

Carlos dijo...

Gracias. Me gus´tan los cuentos de final feliz. Me gustan los cuentos en los que los abetos estan repletos de regalos, de ilusiones.

Bowman dijo...

Precioso relato, lleno de imaginación como es habitual en ti.
Te deseo lo mejor en estas fiestas y que el año nuevo te traiga todas las cosas buenas que sin duda te mereces.
Un fuerte abrazo con todo mi cariño

pepa mas gisbert dijo...

Intentasr ser diferente y/o mejor que los demás nos aleja de ellos.

Un cuento estupendo.

Raquel Barbieri dijo...

Hermoso tu cuento, Beatriz, y gracias por compartirlo aún cargando con tu gripe.

Me quedo pensando en que los demás siempre ven nuestras vidas como perfectas e inalcanzables, o contrariamente: ven toda la parte defectuosa, raramente se ve lo que realmente es.
Así mismo, somos de ver más verde el jardín ajeno, como estos pobladores de baja estatura que pensaban que la felicidad estaba más allá de ellos y la vida los sorprendió.

Un abbraccio e che la tua salute sia rifiorita

Ricardo Guadalupe dijo...

Qué bueno, Beatriz, buenísimo. Es curioso ver cómo este tipo de cuentos siempre me han atrapado. Y la moraleja no puede ser más irrefutable, qué gran consejo. Lo digo porque en nuestro deseo de ser diferentes, de marcar nuestras diferencias, nos distanciamos de los demás para hacerlo notar, y eso es un error, se puede ser diferente y tener amigos diferentes, la otra opción es la más deprimente, la de quedarse uno solo.
Un abrazo muy fuerte, Beatriz, y felices fiestas para ti y los tuyos.
Ricardo

pepa mas gisbert dijo...

Como no es tiempo de dispendios, te traigo un regalo sencillo, mi poema, mi voz y mi falda. Pincha en : te regalaré mi falda.
FELICES FIESTAS

El Doctor dijo...

Que tengas unas felices fiestas con mis mayores deseos.
Besos y un fuerte abrazo.

Raúl dijo...

El título lo dice todo. Ese tono de cuento le va muy bien a la historia.
Felices fiestas, Beatriz.

Carlos dijo...

Mi querida Beatriz, la altura que cuenta es la del corazón y algo me dice que el tuyo debe ser muyyyyyy alto. Estoy seguro que tu puedes adornar el abeto y el ciprés con la misma dulzura y habilidad.

Brindo por eso y te deseo para estas fiestas toda la felicidad del mundo.

Un beso muy grande.

Diana H. dijo...

Con toda la ternura de una historia para niños, así nos habla tu cuento. Y tus lectores-oyentes nos quedamos sentados alrededor del árbol, escuchando con atención, esperando un final feliz que no nos defraudó.
Besos y felicidades!

Beatriz dijo...

Gracias a todos vosotr@s por compartir este cuento, este instante de inocencia que nos traslada al mundo de la imaginación.
Sacar ese niñ@ que llevamos dentro y asombrarnos puede que nos haga un poquito más felices-

Un fuerte abrazo, amig@s-
Felicidades

Raúl dijo...

De nuevo aquí. Esta vez para desearte la mejor entrada posible al nuevo año, querida mía.
Abrazos.