"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

jueves, 26 de enero de 2012

SABIÉNDOTE MÍO

El recuerdo que deja un libro  es más importante que el libro mismo
                                                           Gustavo Adolfo Bécquer.

Bámbola conocía mis secretos, mis gustos, mis aficiones y mis debilidades. Eramos amigas desde muy niñas. Solíamos sentarnos en el patio de su casa y el tiempo se nos iba casi sin darnos cuenta hasta que su madre nos avisaba que llegaba la hora de la cena. Hablábamos, mucho, y nos gustaba recrearnos en las novelas o cuentos que a esa edad nos deslumbraban. Ella me observaba cuando, al entrar en el despacho de su padre, un notario muy ilustrado, mi mirada deambulaba por las estanterías de la biblioteca que cubrían las paredes de aquel salón. Él también sabía de mi afición por la lectura
Cumplía por aquel entonces mis doce años y dentro de la modesta economía casera y como hija mayor mis padres hicieron lo imposible por agasajarme con una humilde fiesta.Tías, primas, abuelas, vecinos, algunas amigas y amigos y compañeras del bachillerato. Pocas, porque era yo más bien solitaria. Rara, según decía mi madre.
Cada uno de los invitados llegaba con algún regalo. Envueltos en papeles brillantes y lazos de colores que yo   abría con ilusión. Un álbum para fotos, un portaretrato, el poster de mi actor favorito, adornos para mi habitación, aros de fantasía, y alguna que otra prenda íntima que mis tías presentían que ya empezaban a serme necesarias.
Bámbola fue la última en darme el suyo. Se acercó a mí, puso su mano sobre mi hombro, me dio un beso en la mejilla y me lo entregó. Era un sobre, de papel apergaminado, atado con una cinta de raso que enmarcaba los vértices y acababa en un lazo en el centro. Una tarjeta y una dedicatoria: “Con muchísimo cariño, para que lo  disfrutes" y un “Feliz cumpleaños” en el borde inferior junto a su firma y a la de su padre. La dedicatoria la había escrito él. Lo supe después.
Abrí, mas bien rompí el papel que lo envolvía, y tuve la sensación de ruborizarme mientras lo descubría. Lo apreté contra mi pecho. Lo abracé. Y aunque el bullicio de la fiesta no había desaparecido, por unos momentos yo me sentí maravillosamente sola, con una sensación de placer hasta entonces desconocida por mí. No había tenido jamás ese sentido de la posesión. El gozo que nace de fundirse en algo. De tenerlo entre mis manos y recorrerlo, olerlo. Saberlo mío.
La fiesta continuó entre risas, bailes y miradas. Incipientes miradas y algún que otro beso robado. Los mayores miraban de reojo. Nos cuidaban... decían. Finalizó casi al anochecer .
Luego, y ya en mi habitación, acomodé uno a uno todos los obsequios. Leí y guardé las tarjetas en una caja pequeña de madera hecha por las manos de mi padre. ”Para guardar recuerdos”- me dijo cuando me la dio.
Pero el regalo de Bámbola había quedado sobre mi mesa de noche despojado de adornos y envoltorios. Solos yo y él. Acaricié su tapa de tela rugosa, recorrí con mi dedos todas y cada una de las letras de su nombre grabadas con tinta plateada. Pero especialmente quería olerlo. Fui abriendo sus páginas como si de un abanico se tratara. Y olía. Era el olor que yo sentía cuando recorría con mi mirada la biblioteca del padre de mi amiga. El olor a papel y a tinta de un libro jamás abierto. Un libro nuevo. Aspiré hondo, muchas veces. Y abrazada a él el sueño me fue venciendo.
Hasta entonces los libros que había leído eran los que, semana tras semana sacaba de la biblioteca de mi escuela y luego devolvía. Este me pertenecía. Lo tendría para siempre .
Hoy recuerdo su título, su autor, el color de su tapa, la textura de sus hojas pero me es imposible reproducir una sola frase del texto. A veces hasta dudo de haberlo leído. Y sin embargo me adormecía y amanecía con él entre mis manos. Tal vez por que en mi memoria quedó la sensación primera, la de su entrega, y su lectura se ocultó muy dentro de mí como la parte más secreta de esa entrañable relación que establecí con él. Tan secreta y tan íntima como la de una amada y su amante. Negándome la opción de ser desvelada. Acaso por temor a perder su esencia.
Supe por mi padre, que fue quien me lo contó varios años después, cuando ya el exilio me habitaba, que alguien lo había enterrado en algún lugar junto a otros muchos libros que se fueron agregando a lo largo de mi vida. Porque en esa época hubo quienes pensaban que las palabras hacían daño. El lugar lo desconozco, porque quien lo enterró ya no existe.
Hoy al escribir esta historia, he vuelto a ver a aquella niña de cabellos ensortijados y ojos asombrados, en una tarde de julio, abrazada a un libro. Suyo. La he visto feliz. Aún.




13 comentarios:

Rochies dijo...

AYYYYY, qué hermoso relato, Beatriz y que satisfacción da el saber que mis palabras hayan llegado con aquel comentario y hoy pueda haber nacido este texto. Gracias inmensas.
Has puesto letras a tantos sentires, exorcizado recuerdo que ahora tienen forma y que nos permites recorrer con su lectura.
Hoy comprendo aún más porque te sentiste tan afín a la felicidad clandestina de Clarice.
Un abrazo gigante.

Rochies dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
maria candel dijo...

Beatriz, es verdad que cuando una ama los libros y las sabidurias que se esconden en ellos, se disfrutan mucho; los libros, algunas lecturas han influido en nuestras vidas de forma significativa, Rosa Montero dice que el leer y después empezar a escribir le salvó la vida,es todo un mundo que podemos explorar y disfrutar, y también, cuando haga falta, cobijarnos en él.
Un gusto leerte amiga, y compartir esta bendita afición.

Juan Herrezuelo dijo...

Cuánto me identifico con esa forma de abrazar un libro, de abrazarse a él, de recorrer con los dedos su superficie. Soy un bibliófilo en el sentido más preciso: amo los libros no ya en general sino uno a uno, por sí mismos. Yo, que no he sufrido esa quiebra del exilio, conservo mis primeros libros, con sus páginas envejecidas, sin ese olor ya que tú mencionas y yo he sentido a través de tus palabras: el olor a nuevo, a blanquísima tersura. Pero son ellos y me acompañan.
Un beso.

Dante Bertini dijo...

estoy sacándomelos de encima, aunque cuesta mucho desprenderse de ellos...en muchos casos el recuerdo es mejor que la realidad...
un abrazo

Diana H. dijo...

La has vuelto a ver porque sigue ahí, porque vuelve a nacer cada vez que abrís un libro, Beatriz. Es un relato muy cercano en sensaciones para unos cuantos, aunque los detalles sean otros. Yo, por ejemplo, solía gastar todos mis ahorros en libros de la colección Robin Hood, aquella de tapas duras amarillas, te acordás? Para mí el momento de gloria era entrar a la librería y elegir en los estantes cuál me llevaría cada vez. Todavía los conservo.
Un abrazo, amiga.

Rossina dijo...

y ese tal Allek sigue con su gira promocional, a todos el mismo comment. Hipocresía si las habrá. Venía a leer mis comentaritos ;)
y sigo adorando su escrito.

Beatriz dijo...

ROCHITAS(,cuánto tuvo que ver Clarice, por supuesto)

MARÍA CANDEL,

JUAN H.

DANTE

DIANA (contigo estoy en deuda,te debo una respuesta. No lo olvido)

Amigos;

Cuando el alma se vuelve transparente y deja que lo que allí habita se haga palabra, evoque, a veces llegamos a identificarnos en momentos comunes, historias que coinciden. Empatizamos emociones.
Nuestros libros y lo que en nosotros dejaron es una razón para sentirnos cercanos
Una vez escuché, que el alma es como una cebolla a medida que le vamos quitando capas la desnudamos y descubrimos emociones, aquellas que dejaron huellas.

Gracias amigos por vuestra fidelidad y cercanía .

Beatriz dijo...

Allek, tu entrada, más que un comentario, es más bien una invitación que agradezco.
En las puertas de mi rincón, como podrás apreciar, no pongo cerrojo alguno. Puedes entrar cuando te apetezca.

Gracias

Raúl dijo...

Qué maravilla, Beatriz.

Rochies dijo...

dos de sus comments son post...
Sabes que Allek nunca publicó el mío en su blog, pero otros casi 130 que sí y que no se percataron de la invitación :O o será que los que reparamos en la gira sí nos topamos con el cerrojo.

Hoy encontré un libro que me apropié de un hotel por el solo hecho de no haberlo terminado y estar absolutamente perdida por sus paginas. Recuerdo cómo mi pareja, con su hijo adelante, hasta barajó distanciarnos después de tamaño acto.
Las calles de Buenos Aires, de Silvina Bullrich.
Creo que llegó el momento de releer. Algo me debe querer decir, y así como ocurre en los pensamientos, encadenadamente, volví a recordar este escrito.

ANYE dijo...

Los LIBROS........., son las alas que nos transportan a los mundos donde solo podemos viajar con la imaginación

Un besote.

Mary HC dijo...

Hola, vengo de visita invitada por Rochitas y me quedo perpleja con este post. Yo también recuerdo mi primer libro, quién me lo regaló y ese sentido de que era mío, por fin alguien me regalaba algo de verdad. Estoy encantada de pasar por aquí
un abrazo
K