Atendía
un tenderete de libros usados  en el paseo marítimo. Y Soñaba. 
Sólo
la separaban  unos  escasos metros de la orilla del mar.  Miró la
hora en el reloj de la iglesia, recogió su rojiza y ensortijada
cabellera  con un lazo y  cubrió su cuerpo con un  foulard   azul
que se confundía  con el color de sus ojos.
El mar la esperaba,
calmo.
 Anochecía.
 La primera estrella,  la que acompaña a la luna 
en su asomo,  parecía  dibujar un haz de luz sobre la arena. 
Guiándola.
Iba descalza. Aligerada. Necesitaba esa  sensación de  
levedad.   De fundirse en lo intemporal.
De
confundirse.  De vaciarse y aspirar.  De  perderse... y  hallarse.
Sentada
en el espigón la noche la sorprende insomne. En espera.
Y
el tiempo se deshace  en el silencio.
Al
alba  una ola le devuelve  su sombra extraviada.  Reconoce  su
humedad.  La de su piel. La de   sus labios. Y  el  temblor  de su
cuerpo. 
Siente el gozo que sobreviene a la creación. La epifanía del alma ante el estallido del verbo.
Siente el gozo que sobreviene a la creación. La epifanía del alma ante el estallido del verbo.
Es
ella. Gaviota, mar,  roca, salitre...
IMAGEN: DAMA AZUL - ALICIA IMAS


