"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

viernes, 8 de abril de 2011

COMO LA VIDA MISMA...


Jugaban al parchís bajo la sombra de la higuera. A veces, Hugo, en un alarde de hombre intrépido trepaba el árbol y cortaba un puñado de higos que antes de entregárselos a Ana los enjuagaba en la fuente que adornaba el patio. Era verano y ellos adolescentes de sangre caliente. Doña Julia, la mamá, solía asomarse a la ventana de vez en cuando para observar ese inocente juego de impulsos incipientes. Ella, su niña, acomodaba su falda amplia sobre el césped y él cubría sus piernas, aún de pantalones cortos, con la chaqueta roja que siempre llevaba en sus hombros desde que vio a Troy Donahue en ” Más allá del amor”. Sólo le faltaba la Vespa, inaccesible para los bolsillos de sus padres, y un sueño por ahora imposible para sus arcas de estudiante.
Eran felices. Hugo aspiraba a ser recompensado desde siempre con un beso que no llegaba. Pero él, respetuoso, esperaba.
Raúl, el vecino de la casa nueva, el que acababa de estrenar la Vespa, observaba a Ana.
Ella se sabía guapa. Ojos azules, cabellos ensortijados color oro, boca de labios provocadores e insinuantes brotes en un cuerpo que anunciaban el despertar de su anatomía .
Él se sabía conquistador. Se notaba en sus gestos. En su mirada. En su dominio de las insinuaciones amatorias que encandilaban a Ana. En su manera elegante de caminar, en sus pasos firmes. No parecía desconocer las reglas para seducir a una mujer. Él dejaba entrever su experiencia. Persuadía.
Ana comenzó a aburrirse con el parchís y dejaron de gustarle los higos recién cortados y enjuagados.
Y una mañana viajó en la Vespa de Raúl. Una aventura. Un juego desconocido. Y él, hombre desbocado, hombre y cuerpo hambriento, venciendo las vergüenzas de Ana, desnudó su cuerpo en la hierba fresca, y ella cerró sus ojos, apretó sus puños, mordió sus labios y se tensaron sus músculos y … sintió el dolor de una partida tramposa. De un juego sucio.

Los días de Ana se volvieron grises y se fueron destiñendo los colores de aquel tablero de juegos inocentes en donde Hugo con paciencia le había enseñado las reglas para ganar pero nunca le advirtió de las trampas de la vida. Acaso porque las desconocía.
Nunca más volvió para ofrecerle higos frescos ni a pedirle el beso que ella también esperaba.
Mamá Julia se sigue asomando a la ventana. Aún cree distinguir, bajo la higuera, la sombra de su cuerpo. Tan sólo la sombra.

 

9 comentarios:

Juan Herrezuelo dijo...

Si fuera posible crecer al mismo tiempo, madurar al mismo tiempo, él y ella aprendiendo a vivir a través de las reglas de un mismo juego, de un mismo ritual, bordeando ya el límite en que las cosas dejan de ser sencillas y por tanto tentados por la impaciencia. Pero no se es sólo dos todo el tiempo. Un bello y sencillo relato de iniciación y de pérdida. Como la vida misma, sí.

pepa mas gisbert dijo...

Las estampas idílicas de nuestros años jovenes nos traen a veces recuerdos tan dolorosos.

Jim dijo...

Buenas noches,

aunque parezca mentira, a esas edades valoramos (bueno, valorábamos) mucho mas el estar con la persona que nos gustaba que conseguirla. Seguramente porque el miedo al rechazo era tan grande que no nos atrevíamos a dar el primer paso y esperábamos. . . . y esperábamos. . .y seguíamos esperando. . . .hasta que un día sucedía el mágico momento. Claro que; en el caso de Hugo nunca sucedió. . . y peor! Se fue con otro!. Pero bueno, a esas edades todos corrimos riesgos que no sabíamos que existían. De todos modos:

¡¡¡No me extraña que Hugo no volviera!!!(jejeje).

Besos
Jim

Diana H. dijo...

El fin de la inocencia narrado con los detalles de tu poesía. Sin errores no hay aprendizajes, ¿no?
Pronto te escribo.
Un abrazo mientras tanto.

Rochies dijo...

amo que en pocas palabras pueda plasmar una historia tan vívida, que no deja de lado ni mensaje, ni la música y el color.

Vicente Corrotea dijo...

He pasado varias veces por tu relato, como que fuera también un pedazo de nuestra vida de esa que reclama inocencia y sensualidad. Y no me canso de volver a leerlo... hasta que no escribas otro relato. Abrazos.

Raquel Barbieri dijo...

Parece ser que casi todos acarreamos historias como éstas, y que algunos más y otros menos... solemos vivir la experiencia de la vida amorosa, unas veces como Hugo, y otras, como Ana.
Lo importante es no dejar de vivir por temor a que nos hieran.

Muy hermoso relato, Beatriz.
Besos :)

Raúl dijo...

Qué narración mas suave y profunda al mismo tiempo.

Beatriz dijo...

Para Juan,
Alma,
Jim,
Diana,
Rochita,
Vicente,
Raquel,
Raúl
y a los que presiento.
Gracias por recorrerme, por distraerse entre los pasillos de mis emociones, por dejarme el regalo de vuestras palabras. Son ustedes el estímulo que a veces necesito, y ustedes y la sensibilidad que desprenden los que me animan a no poner definitivamente el candado a este rincón.

Tengo que decirles que aunque sean más pausadas mis respuestas, los leo, los visito y los disfruto-
Un abrazo a todos y cada uno de vosotros-