Larga
 noche esta noche. Vacía. 
En
desespero hurgo   en lo   imposible para descubrir esa mudez frente 
el asombro  que aletarga el tiempo en el camino; el tic tac  que
distrae   el entretiempo; el  graznido de  gaviotas sobre  la roca en
desamparo  de   olas y  el gemido de sus grietas  nostálgicas de
sal y de embestidas.
Busco
 en   las letras los sonidos  que se animan a encadenarse para
nombrar lo innombrable; las que sustantivan  el  desperezo de la  
lombriz, su bostezo  y el balanceo de la rama  que la acuna; las
notas  escondidas de la mar  en  pentagramas  de  caracolas vacías; 
 el  verbo  aún  no  pronunciado, el que  nos  nombraría    a ti  y
 a mí, y a tu lejana   cercanía,  creyéndote   ya   en mí,
aunque hoy sólo seas caricia de mi sombra. E imaginándote pronombre
solitario sentir que te acurrucas   en el rincón  más profundo de
mi alma  y  recorrer, sin extraviarme,  el laberinto inexplorado de
tu cuerpo.  Y conjugarte.  Conjugarnos... si es posible.
En
esta  noche amordazada    me empeño  en sentir, fundiéndome con el
placer de la  palabra inexistente,  con el esfuerzo último del 
verso inacabado,  con  el  éxtasis  de alcanzar  lo inalcanzable. 
Con  explorar el instante, fugaz,  donde  te anuncias y  naces. Y en
ese  esperanzador intento de buscarte, hallarte al fin. Crecer
contigo.  Acariciar tu desnudez  y  embellecerte.  Eternizarte.

