Habíamos coincidido muchas veces en la puerta del estanco.
Aquella mañana llovía a mares, y él estaba a punto de cerrar su paraguas mientras apretaba entre sus labios, supongo, el último pitillo que le quedaba. Yo llegaba con el mismo propósito, mi cajetilla de tabaco estaba vacía. Me miró e hizo un gesto para protegerme de la lluvia. Observé sus amarillentos dedos al abrir otra vez su paraguas y escondí los míos en un acto reflejo. Fue en ése momento en el que la complicidad nos hizo sonreír, cuando mirándome a los ojos le oí decir aquellas palabras que jamás he podido olvidar-¿No crees que se te pueden oscurecer los ojos con el humo del tabaco?-. Y caminamos hasta el café más próximo, sin tabaco. Han pasado 20 años. Frente al estanco hoy hay una heladería. Entramos.
-¿De que lo quieres ?- me pregunta.
-De chocolate, respondo -¡No puedo con mi vicio!.
.Nos miramos y otra vez la misma sonrisa de complicidad.
Aquella mañana llovía a mares, y él estaba a punto de cerrar su paraguas mientras apretaba entre sus labios, supongo, el último pitillo que le quedaba. Yo llegaba con el mismo propósito, mi cajetilla de tabaco estaba vacía. Me miró e hizo un gesto para protegerme de la lluvia. Observé sus amarillentos dedos al abrir otra vez su paraguas y escondí los míos en un acto reflejo. Fue en ése momento en el que la complicidad nos hizo sonreír, cuando mirándome a los ojos le oí decir aquellas palabras que jamás he podido olvidar-¿No crees que se te pueden oscurecer los ojos con el humo del tabaco?-. Y caminamos hasta el café más próximo, sin tabaco. Han pasado 20 años. Frente al estanco hoy hay una heladería. Entramos.
-¿De que lo quieres ?- me pregunta.
-De chocolate, respondo -¡No puedo con mi vicio!.
.Nos miramos y otra vez la misma sonrisa de complicidad.
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