Se conocieron en una fiesta. Su compañera de magisterio cumplía quince años. Ella permanecía en un rincón de aquel suntuoso salón con cortinas de terciopelo rojo recogidas a los costados con un gran lazo, enmarcando los encajes de uno velos blancos que cubrían los grandes ventanales. Los muebles olían a fina madera de caoba, y las lámparas de cristales enlazados con cadenas doradas parecían dibujar una escena de los cuentos que solía leer en los libros que cada semana recogía en la biblioteca de su escuela. Estaba como encajada en aquel rincón y recordó su cumpleaños .
No hubo fiesta, apenas una modesta reunión familiar. ¿Cómo hacerla? se preguntó. Su padre, un humilde carpintero y orgulloso ebanista, aunque nunca reconocido, trabajaba catorce horas diarias y apenas si alcanzaba a cubrir los gastos fijos que supone mantener a cinco hijos. Era la mayor y combinaba sus estudios con algún que otro trabajito de peluquería entre sus vecinas. El vestido que hoy estrenaba le costó horas de sueño. Por las noches después de cumplir con sus deberes escolares y reemplazando el tiempo que siempre dedicaba a la lectura cortó la pieza de raso verde que comprara su madre en un mercadillo. De su abuela aprendió a hilvanar, a hacer las pinzas para entallar, a encajar bien las mangas para no deslucir la prenda y de ella también heredó la vieja máquina de coser Singer. Sólo se animó a diseñarle un bonito escote a aquel sencillo vestido de raso verde. Aún hoy no sabe por qué. Tal vez porque la suya era todavía una adolescencia sin roces, pero ya necesitada de ellos. O quizás, como en los cuentos que leía, alguien se fijaría en sus tiernos e incipientes pechos. No era guapa, tampoco fea. No destacaba por su imagen.
Los zapatos que le había prestado su prima no eran de su número y aunque la plantilla ayudaba, no hacía milagros. Y evitando que alguien se diera cuenta que no podía pisar bien, caminó despacio hacia la espléndida biblioteca que lucía en sus estantes infinidades de libros. Estaban allí, a su alcance, perfectamente colocados y limpios, como si nunca nadie los hubiera sacado de ese lugar. Con la palma de su mano, temblorosa, acarició el contorno de uno de ellos y poniéndose casi de puntillas leyó su título "Don Quijote de la Mancha”. ¡Cuántas veces imaginó tenerlo entre sus manos !. Era una edición de lujo y no se animaba a sacarlo, sólo lo acariciaba. Sus tapas eran suaves y forradas en una fina tela de color verde. Las letras del título eran doradas, como impresas en oro. Tan ensimismada estaba en todos los detalles, que cuando vio un robusto brazo que se alzaba por encima de sus hombros intentado sacar aquél libro y rozando su piel, se estremeció. Sintió vergüenza. Tal vez pensaban que intentaba adueñarse del mismo.
Pero una voz, especial, le devolvió la serenidad “te gusta la lectura o a mí me lo parece”, pregunto él. Sintió que sus piernas se aflojaban. Era la primera vez que el sonido de una voz le hacia sentir mariposas en el estómago. La música de fondo ponía marco a aquel encuentro.
“Creo que era un bolero”, recuerda ahora.
Y hablaron de Lorca, de Cortazar, de Cernuda... y se rozaron. Se rozaron aquella pieles sin adornos, sin vestidos de raso, y se abrió la vida para dos almas de un color especial. Ella tenía el color aceituna en su piel, y él el de la noche de lunas llenas.
Han pasado veinticinco años desde aquella fiesta. Él concluyó con éxito su carrera de ciencias políticas, ella sigue todavía dando clases en la escuela de un barrio marginal.
Hoy está vestida de terciopelo rojo, como aquellas cortinas que tanto la deslumbraron. Le acompañan sus dos hijas, también vestidas de rojo. ¿Casualidades, o un sutil y necesario intento de recordar aquel encuentro?. Lleva en sus manos un ramo de rosas...del mismo color.
Él, sobre el escenario, elegante y sobrio para la ceremonia que está a punto de comenzar .
Ahora es su mano la que tiembla con la hoja de su primer discurso. Ella sonríe y le aplaude.
5 comentarios:
Qué bonito! Eres una romántica empedernida eh?
Cuando “la estabas vistiendo”, con su vestido verde y los zapatos prestados, me ha venido a la mente el maravilloso cuento de la cenicienta. . . .aunque sin escote!!!, jejeje.
. . .mmmMMmmm un encuentro entre libros y con música de fondo???. . . .que listilla!. . .qué momento más perfecto. A mi solo se me ocurre una forma de mejorarlo (pero no me lances otro reto. . .de momento,jejeje). . .libros, música. . .Y UN CUBATA!jajajaja.
Besos.
Si te apetece, (yo no peco de egoista), síguelo en tu blog. Me gustan los retos y si lo mejoras bienvenido sea. Lo único que te pediría es que pongas sólo tu texto en tu blog y remitas al principio de mi relato con un enlace.Luego yo podría hacer lo mismo y llevaríamos a los lectores de un lado a otro.Sería más divertida esta travesura y entonces tendrías mi venia para tu cubata. Yo sólo agua. Decídete y nos lo pasaremos bien nosotros y los que nos lean.
Aunque corremos el riesgo que nuestra inspiración no dé para tanto y uno de los dos deba abandonar.De cualquier manera agradezco tu comentario y ...¡hasta mañana!
Que bonita historia mi querida y estrañada Bety:d de verdad q me facina como escribes y las imagenes que pons :d felicidades:d allos
Sólo soy una aprendiz.Pero me diverte imaginar historias. Aparte que es casi como una terapia para poder sacar desde dentro un montón de sensaciones que a veces llegan a los que nos leen y otras no. Me alegro que este texto te haya gustado. Eres un romántica. Al menos es lo que transmites en tus comentarios.Besitos Rous.
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