Lo hacía cada tarde cuando regresaba a casa. Sus movimientos eran casi mecánicos. Buscó la llave dentro de su bolso, abrió el portal y, con el llavero aún en sus manos, también el buzón. Mascullaba algunas palabras ininteligibles manifestando el fastidio que le producía la pila de papeles inútiles que tenía que arrojar a la papelera y el agobio que le suponían las clásicas cartas del banco.”¡ Si total , siempre dicen lo mismo…ha entrado un recibo de.... falta para cubrir el último pago de...!” No miró más y, apretando entre sus manos aquel montón de papeles, subió en el ascensor. Y con nostalgia recordó aquellas otras cartas.
“Tenían olor a tinta, a papel, y algunas veces al perfume del que la había escrito. Solía olerlas antes de abrir el sobre para impregnarme de ellos. Recuerdo aún aquellos olores. Inconfundible como todas los aromas que acompañaron nuestros momentos. En el margen superior derecho del sobre, aquel sello majestuoso que luego quitaba con cuidado para coleccionarlo, y en el centro, mi nombre escrito con una caligrafía impecable y casi siempre reconocible. Era como recibir abrazos. Entonces las apretaba durante unos segundos contra mi pecho antes de despegar el doblez. Al hacerlo tenía la extraña sensación de estar abriendo un mágico y secreto lugar. Y allí en aquella blanca, lisa y delgada hoja aparecía la fecha, en una esquina en letra imprenta y después de unos espacios, un “Querida amiga“, “Querida hermana” o un ceremonioso “Con el debido respeto“. Luego una significativa pausa, señalada por dos puntos que apenas daba tiempo para coger aliento y leer con ilusión, con incertidumbre, con expectativas, con asombros o con un ¡oh! de alegría y casi no queriendo llegar al final del texto. Leyendo y releyendo una y otra vez para acariciar las palabras que dibujadas en el papel con tinta azul eran una voz. Sí, yo oía la voz, aunque nunca supe si ése era el sonido real, ni me preocupó tal cosa, sé que yo la oía o ...tal vez la imaginaba, que también era parte de aquel encanto, y contestaba con frases cortas entablando un diálogo. Compartiendo el placer de aquellas cartas. Sí, porque el placer era recíproco. Quienes la enviaban disfrutaban de su escritura y yo del placer de su lectura. Y después quedaba pensativa, reflexionando, imaginando al remitente en su acción de escribir. Porque en algunas líneas se dibujaban los lugares “aquí estoy en la clase de historia y ...”, o “acabo de llegar a casa y me he decidido a escribirte …”, “ mientras voy en el metro aprovecho....”. Y al final, luego de “Un cariñoso saludo” o “Besos y hasta la próxima” , y arrinconadas en el margen inferior izquierdo, dos letras encadenadas a decir lo que quedó en el olvido .P/D...”
El ascensor paró su marcha en el séptimo piso y detuvo sus pensamientos. Abrió la puerta de su apartamento, pero al contrario de lo que venía haciendo desde hacía un tiempo, esta vez no corrió ansiosa hasta su ordenador para ver el correo del día. Fue hasta el cuarto donde se amontonaban trastos, buscó un pequeño banco y, subida a él, abrió la puerta superior del antiguo ropero y cogió la caja de latón donde su madre guardaba aún, atadas con un cordel de hilo marrón, cartas llenas de historias familiares. Se estiró en su cama, corrió las cortinas para dejar pasar la luz de aquel atardecer y se reencontró con el instante de la graduación de su amiga, revivió la experiencia de la primera carta de amor que le hubo escrito aquel muchachito del colegio, lloró con la noticia que recibió de la maternidad de su hermana que vivía entonces en Madrid, y por el profundo respeto a la memoria de su padre no quiso abrir aquella que iba dirigida a su madre con un sello de 1936 de la que sólo alcanzó a leer a través de la rotura del viejo y amarillento sobre unas escasas pero estremecedoras palabras “pronto terminará este horror...te quiero”. Y durante varias horas volvieron a ser presente su infancia, su adolescencia, sus afectos, sus lugares, sus limitaciones y aquellos que fueron entonces, sus secretos. Anochecía. Guardó las cartas en la caja de latón. Hoy había tenido un maravilloso día.
8 comentarios:
He disfrutado mucho con la lectura de esta entrada. Me ha hecho recordar unas cartas que recibía y que aún conservo de mi adolescencia.
El mundo de las telecomunicaciones ha dado un vuelco a nuestras vidas y reconozco que ha sido para bien, aunque...no tiene el encanto de las cartas.
Un saludo.
Me alegro que este post haya servido para que recuerdes y disfrutes. Yo también he sonreído al entrar en tu espacio. Gracias Lunaria. Espero seguir encontrándote. Saludos
si entrás a mis blogs verás que a veces las casualidades son casi increíbles...
Buenas. . .
Que importante son las cartas. . .ahora todo es mas "frio", ya nadie escribe cartas. . . . es una lástima.
Besos
Jim
Si Cacho de pan, casualidades desde el pasado : Dante y Beatriz, las cartas, aquellas cartas y Antony el presente , "la voz" esa maravillosa voz. Todas ellas maravillosa casualidades.
!Hola Jim , que alegría me das cuando encuentro tus palabras, ya formas parte de nuestra armonía. Tal vez algún día volvamos a aquellas cartas, mientras tanto aprovechemos este presente. La nostalgia, a veces, nos quiere convencer "que todo tiempo pasado fué mejor" Besos y buen fin de semana junto a los tuyos.
P/D: esto se está pareciendo a una carta ¿verdad?.
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