"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

viernes, 7 de mayo de 2010

LA TERNURA DE LA AUSENCIA

Me ví en la foto que colgaba en la pared del salón.
Estaba allí en esa vieja fotografía de mi infancia junto a otros rostros queridos. El de mi hermano Juan, el gordito de la familia; el de Ernesto, el dormilón, y el de la pequeña, dulce y soñadora, Alicia. También estaba, escondido entre las piernas de papá, mi perro Mouki mezquinando su cuerpo a la cámara. Parecìa no querer perpetuarse en un papel, pues recuerdo cómo se resistía a que lo retrataran.
Faltaba mamá.
Lo advertía ahora. Acaso por que en ese momento tenía asumido que ella no podía detenerse ni un minuto en sus quehaceres. Su ir y venir por la casa era algo que entraba en la normalidad. Podía estar recogiendo flores del jardín para que lucieran frescas en el jarrón que adornaba el centro de la mesa. O buscando en el armario la carpeta de punto de cruz que había bordado antes de casarse y con la que siempre cubría esa vieja mesa camilla. Almidonada, blanca, hermosa. ¡De hilo bueno!- decía ella.
En el fondo de la fotografía descubrí la biblioteca de roble que abuela mandaba barnizar cada año y en la que mis manos acariciaban las cubiertas de aquellos libros relucientes, imaginado sus historias. Era mamá la que en las tardes de mis vacaciones escolares, en el patio y bajo las enredaderas me transportaba con sus lecturas hacía mundos desconocidos. Allí empecé a descubrir que existían palabras cuyos significados en la vida distaban de los que figuraban en mis diccionarios.
El amor era mucho más que aquello que lo definía, no era sólo un hermoso y alegre sentimiento. También era llanto. La muerte no era el fin sino el anuncio de un viaje hacia lo desconocido. La soledad desamparaba, pero también acompañaba. Y los silencios... ¡Ah, los silencios! ¡Qué bien explicados! Mamá suspiraba para que yo los entendiera. Para ella el silencio era ese suspiro. Ese grito ahogado de la vida. La herida no sólo era una grieta en la piel, tambien era un pellizco en el corazón .
Todo sobresalía del marco, cobraba vida.
Las toscas manos de mi padre, apoyadas en su rodilla, con grietas de responsabilidades cumplidas. Manos que no acariciaban. Yo no las recuerdo. Si acaso eran sus ojos los que delataban su bondad, su amparo desmedido.
Pero mamá no estaba en la foto.
A un costado distinguí la chimenea encendida. Era la evidencia de su escondida presencia. Sólo ella conseguía encenderla. Sus soplidos eran casi mágicos y el fuego se tornaba de repente bravo, y poco a poco, se tranformaba en brasas rojas. No podía sustraerme de la imagen de esa transformación, el olor de la leña que se quemaba, el rojo intenso y tornasolado de las llamas elevándose y las cenizas que anunciaban el fin de las tertulias nocturnas. Ellas, tan grises, se opacaban anunciando el descanso.
Mamá no estaba.
Y sin embargo yo la imagino en la sala de plancha envuelta entre los vapores de nuestros húmedos y almidonados delantales; entre las camisas con cuellos impecablemente repasados por aquella plancha de carbón; preparando el caldo que calentaba nuestros cuerpos en los crudos días de invierno; remendando calcetines para que aguantaran hasta el próximo sueldo de papá; dejándonos las camas tan bien estiradas para que los pliegues de las sábanas no irritaran nuestra piel.
No, mamá no está en la foto.
Pero hoy en ese papel amarillento y envejecido que cuelga de la pared la he visto. Como la veía entonces. Aunque ya no esté.
Y me he fijado en mi perro Mouki, mezquinando su imagen a la cámara. Tal vez, por que él intuía que los sentimientos profundos sólo se rescatan desde el alma. Allí están guardados. Por siempre.
Imagen: Google

8 comentarios:

Dante Bertini dijo...

perdón por el involuntario olvido, fruto de las prisas y la edad, supongo...ya me disculpé en el lugar correspondiente.
Leo sobre tu tierna nostalgia.
Un abrazo

Beatriz dijo...

Dante
No tienes nada que disculparte. Me suele suceder a mi también. Te sé fiel a tus seguidores. Y en cuanto a lo de la edad ¡Cuán joven eres aún!
Gracias por acercarte a esta nostalgia.
Abrazos-

Diana H. dijo...

Cuántas cosas has descubierto en esa foto, Beatriz. Sabés que mucho de lo que ves me acerca a un tiempo en que el tiempo tenía una dimensión tan distinta... almidonar, bordar, barnizar los muebles cada año, recoger flores, hasta planchar o tomarse el tiempo para un suspiro en medio de la lectura, parecen acciones de otro mundo. Me recuerdan a mis tías abuelas en su inmenso caserón.
Mi mamá (oh casualidad, de nuevo) también se encargó de huir de las fotos durante años, hasta que desde hace un tiempo la obligamos a que pose con nosotros y ahora parece haberse resignado a hacerlo.
Precioso recuerdo que da vida a ese papel amarillento por el breve lapso que dura tu texto.
Un beso.

Antonio Tello dijo...

La escritura más genuina no es que traslademos nuestra vida a ella, sino que parezca que lo hacemos. Y la tuya, sé que es genuina. Besos.

Beatriz dijo...

Querida Diana,
la vida nos va dejando en la retina imágenes que con el transcurrir de los años terminan acurrucándose en el alma. Y ella generosa nos la devuelve en raciones pequeñas para emocionarnos.
Es un placer saber que me he acercado con mis palabras a momentos tan tuyos. A a esos recuerdos maravillosos, también míos, de nuestras abuelas y tías en charlas y labores. Y de la que tanto aprendimos
Un abrazo-

Beatriz dijo...

Antonio
¡Qué bien me conoces!.
Sabes de sobra que coincido contigo.
Un beso-

Raquel Barbieri dijo...

Beatriz,

Me emocioné y creo ver la foto y sentir el aroma del vapor de la plancha sobre la ropa inmaculada, y la tosquedad de las manos de un trabajador, el perrito escurridizo y el soplido de la madre protectora avivando el fuego del hogar.
Es hermoso este relato y me encanta leerlo a estas horas entradas en que todos duermen.

Un beso y gracias :)

Beatriz dijo...

Raquel,
Me alegra que te haya emocionado con estas imágenes tan simples y tan comunes de un tiempo en el que nos reconocemos.
Un beso querida amiga-