"Con la palabra se ve lo no visto, o incluso lo no visible"-
EMILIO LLEDÓ. El silencio de la escitura

jueves, 25 de octubre de 2012

Acuarelas




Hoy tenía ganas de salir a la calle y sentirme distinta, cambiar de peinado y oler a fragancia  nueva.  Tenía ganas de vestirme de verde. Y  busqué en aquel armario en el que yo aún guardaba  vestidos de mamá. Quería encontrar uno de color verde, tan verde  como el de las hojas del jacarandá que adornaba el patio de mi infancia y me anunciaba la primavera cuando aún no había echado sus flores violetas. Y mientras removía  aquel viejo ropero descubrí  una  caja de  madera atada con una cinta de raso roja. La caja había pertenecido a ella.  Desaté el lazo  que la envolvía y luego de acariciar su textura,  veteada en ocres y marrones,  la  abrí.  Allí  fue apareciendo, entre asombros, el mundo que mi madre había guardado para mí.  La mañana era luminosa y los colores de esos objetos que aparecían en la caja iban traspasando mi retina. Eran los colores de mis días. De mis andaduras. Colores de gélidas mañanas en aquella cocina pintada de blanco por las manos de mi padre, de  carbones  encendiéndose en el bracero y de  llamas rojizas y naranjas que entibiaban el frío violeta de la humildad y  de aquel humo gris que parecía retener el instante en una fotografía en blanco y negro. Colores de amaneceres  con olor a pan tostado, de  mermelada de fresa, de leche con chocolate  caliente, de días  de lluvia y barro,  de pies mojados y  zapatos rotos difíciles de reemplazar. Colores  de abrazos y miradas y de soles y de girasoles y de batas blanca almidonada y de paisajes  que ya había olvidado y que  redescubria en esa caja de madera guardada por mi madre. Allí estaban, ordenadas por fecha, antiguas tarjetas de navidad en las que me imaginaba entonces corriendo por aquella blancura de la nieve tan deseada por mí y tan desconocida; fotos de viajes en familia y en ellas,  detenidos, todos los azules de todos los cielos de todos los amaneceres y atardeceres juntos... aún.; un libro y entre sus páginas una ramita seca de lavanda y la delicadeza de un aroma que era para mí el olor del amor y el malva de su flor el color  del infinito; una carta con la transparencia de la adolescencia y  un  ”Te quiero hasta el fin del mundo” que asociaba entonces  aquel amor incipiente con la eternidad.   Busqué su firma y descubrí que no la había puesto. Supuse que era la metáfora de aquellos temores a la desnudez.  A los atrevimientos  que anunciaban lo aún no conocido.
 En un rincón de la caja y apenas visible, tal vez negándome la posibilidad de una lágrima, estaba mi primer cuaderno de tapas marrones y hojas lisas, quebradas y amarillentas, en donde unas ilegibles palabras parecían escritas en los peldaños de una escalera invisible. Las letras subían y bajaban en un desesperado esfuerzo por decir algo. Tal vez porque en la infancia los  días  no son  horizontales  y  los desequilibrios, todavía, no acobardan. O porque la pureza de la inocencia acepta como un entretenido juego de esfuerzo aquellos tambaleos que en la madurez nos hacen sentir  tan vulnerables
Guardé otra vez la caja  en el armario. Me puse el vestido verde,  até  mi pelo con el viejo lazo de color rojo que durante tantos años mantuvo recogido mis momentos.  Me  perfumé con una esencia que olía a naranjas recién cortadas y  a  mis siestas de primavera.  Junto a ti.  Y pinté con  rubor rosa  mis mejillas 
Salí  a la calle y sentí que  conmigo iban  todos los colores de la vida. De mi vida.  Era yo y la que fui. 
Y no eramos distintas.
.

22 comentarios:

silvia zappia dijo...

paleta de nuestro pasado. salir a la calle oliendo a recuerdos en tiempo presente.


abrazo, amiga*

Rochies dijo...

BEATRIZ, qué más decirte de tu magia, de las fragancias e imágenes que unen nuestros textos. Con la diferencia que el tuyo es sublime.

Mario Gómez dijo...

Nunca pensé que una caja, algo tan adecuado para llenarse de recuerdos, pudiera estar tan colmada de colores, un autentico tesoro olvidado y que de nuevo sale a la luz como si el tiempo no hubiera pasado. Precioso, de verdad.

Valaf dijo...

Qué razón tenía quien dijo que los colores residen en nuestra alma...tú me lo has confirmado con este relato tan entrañable. Felicidades.

Un beso

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Me has hecho caer más de una lágrima.
precioso!
=)

Belkys Pulido dijo...

Somos arcoiris cuando miramos hacia atrás. Todos tenemos esas curvas oscuras donde un lazo y una flor encuadernada nos devuelven a la luz. Hay que vestirse de verde, claro.

Cecy dijo...

Sin lugar a dudas, estos si son los colores del alma; y sales vestida con la seguridad de los olores impregnado en la contención de la infancia que empalma con un hoy agradecido.

Un abrazo.

Fabián Madrid dijo...

Me ha gustado el...te quiero hasta el fin del mundo... Que manera de querer se tiene al principio, y ahora... son distintas, pero son iguales. Un beso

Tracy dijo...

Puro color tu entrada.

Natàlia Tàrraco dijo...

Dalo por hecho, te acompañan en la vida, esa que asalta con el recuerdo color a color con olor, esa vida de salir contenta a la calle, hoy.
Un hermoso cofre multicolor. Besito.

ibso dijo...

Esto es, seguramente, un instante de felicidad.
Precioso y magistralmente narrado.
Un abrazo

CARMEN ANDÚJAR dijo...

Qué bonitas las cajas llenas de recuerdos, fotografías, telas y cartas.
Un abrazo

San dijo...

Precioso Beatriz, un texto precioso me he sentido envuelta en esos recuerdos de colores de tu personaje.
Felicidades.
Un abrazo.

José Vte. dijo...

Que maravilla de relato Beatriz. Recuerdos llenos de colores que han llenado tu vida y que pululan por salir entre los objetos y las vivencias que la han inundado de sensaciones y momentos felices.
Este tipo de escritos me gustan especialmente.

Un abrazo cálido

Anónimo dijo...

Magnífico relato destapando tus recuerdos encerrados en esa caja donde amorosamente tu madre fué guardando momentos, instantes tuyos, instantes de ambas, vida encerrada en esas tarjetas postales, en esos pequeños detalles que nos traen al presente las vivencias del pasado, en ese cuaderno que pudoroso casi se esconde para no obligarte a soltar una lágrima.
Un bello relato, Beatriz.
Un abrazo.

Sindel Avefénix dijo...

Los recuerdos encerrados en una caja que se liberan y llenan de colores el aire y el alma. Las cosas que estaban atesoradas y salen a la luz conviertiéndose en arco iris. Tan bien contado que deja una sensación de paz. De vientos nuevos y coloridos.
Un abrazo.

Alfredo dijo...

Colores para pintar una vida.
Recuerdos, papeles, telas, objetos que creíamos perdidos y que se nos presentan con un color olvidado.

Texto serio, ameno y emocionante.
Besos

Encarni dijo...

Un bonito relato que me ha encantado, por el contenido y por la forma. Enhorabuena.

<Un abrazo

tereoteo dijo...

Muy emotivo!
Una caja llena de colores y recuerdos... me gusta la fragancia de naranja!
Un beso.

Fina Tizón dijo...

¡Ah...!,esa caja, amiga mía, esa caja que nos acompaña segundo tras segundo de nuestra vida. A veces.., la ignoramos, pero es nuestra piel queramos o no; tierna primero, endurecida después, y, de vez en cuando, como en tu bella y nostálgica historia, la abrazamos y la regamos haciéndole recobrar la lucidéz, entonces nuestra mirada brilla de una forma especial.

Un abrazo desde Barcelona

FINA

casss dijo...

"Tal vez porque en la infancia los días no son horizontales y los desequilibrios, todavía, no acobardan."

"Era yo y la que fui.
Y no eramos distintas."

Sublime forma de pintar la realidad de ayer y de hoy.

fuerte abrazo para tí, que sos la de siempre.

Anónimo dijo...

Un texto muy bello. Me quedo pensando en los colores de los recuerdos que, de una u otra forma nos habitan y acompañan, a veces sin darnos cuenta.

Beso grande